Ayrton A. Trelles Castro
El capital tiene como cara oculta a la pobreza y explotación. Eso se evidencia en nuestro país, comprobándose que el crecimiento de exportaciones agroindustriales, oculta la explotación de muchos trabajadores agrícolas.
Por 20 años esta situación se ha mantenido, sin embargo ¿por qué nadie le prestaba atención? Porque era una verdad incómoda. “Perseo se envolvía en una nube para perseguir a los monstruos; nosotros nos hundimos en la nube por completo, hasta los ojos y las orejas, para negar la existencia de monstruosidades” (Marx, 1973, p 23).
Solo en un sistema que pone por encima de la vida y la dignidad humana, los intereses de algunos pocos, es capaz de hacernos pensar que para el progreso de una sociedad, el requisito es maximizar las ganancias, en aras de obtener crecimiento económico, porque así se genera más trabajo. Puede ser cierto, pero el trabajo sin un salario digno, solo sirve para engordar las billeteras de los patrones.
Por muchos años se acostumbró a pensar que el Perú era un gran ejemplo de emprendimiento, y había que promocionar sus atributos inigualables, como los recursos en flora, fauna y minerales. Donde la diversidad gastronómica constituía la cúspide del orgullo nacional. Casi nadie se detuvo a pensar qué relaciones de dominio y explotación estaban ocultas tras esa producción
Hace un tiempo, los agricultores de papas, empobrecidos por malos manejos para gestionar mejor sus esfuerzos, de parte del gobierno; tiraban sus cultivos, porque el precio devaluado de sus mercancías, no les era suficiente para seguir viviendo. Es paradójico que un país con tierras abundantes y productivas, la gente pase hambre o tenga lo mínimo para vivir, y peor aún, que su esfuerzo por mejorar el país sea en vano.
El ser citadino, que tuvo la oportunidad de beneficiarse con el llamado “crecimiento económico peruano”, jamás notó que aquello no era un “milagro”, aunque milagrosamente hayan aparecido los productos en el mercado; sino que fue consecuencia de arduas jornadas que los trabajadores agrícolas realizaban.
Ellos fueron y son invisibles para los sucesivos gobiernos de turno. Nos hemos alimentado de los productos de esta tierra, hemos puesto nuestra vida alrededor del disfrute de los productos de pan llevar, y hasta nuestros romances giraban en torno a lo gastronómico –disfrutando con nuestras cuitas amorosas un suculento potaje – pero no se nos ocurría que la felicidad de consumir alimento, era la infelicidad de los agricultores explotados, como los que ahora luchan en Ica y en La Libertad.
Es tiempo de darnos cuenta que la actividad que sustenta nuestra vida, es despreciada en nuestro país. No solamente por una cuestión de reconocimiento o moda pasajera. Sino porque nos alimentamos de la tierra, de la agricultura que es una de las actividades más antiguas que existen, la cual propició el crecimiento de las poblaciones humanas.
Sucesivamente el empleo ha ido precarizándose. Ahora notamos cuán importante es tener un trabajo digno. Los jóvenes que se revelaron frente a las leyes que iban facilitar la explotación laboral, pensaron que era suficiente con hacerlo una vez. Los que no salieron a defender su futuro, pensaron que podrían salvarse del voraz apetito de las empresas que basan su riqueza en la precariedad laboral. Fue una ilusión funesta.
Queda claro que mientras no exista disposición para defender el valor que la producción humana pone en la mercancía que produce, la vida del trabajador estará sujeta a la vulnerabilidad de un mundo que escogió aumentar el dinero en los bancos, para dejar explotado al asalariado y sin recursos al planeta.
Si no se trabaja no se come; si no hay agro no se come; si no hay planeta no se come; si no hay esperanzas por un mundo mejor, no hay un mundo mejor. El problema consiste en darnos cuenta que desde hace 20 años, existe legal y formalmente un sistema que invierte toda la lógica de reproducción de la vida, terminando por volver al trabajo todo menos la actividad con que se pueda reproducir la vida, ahora el sistema ve así el asunto: “si no te exploto tampoco comes”; “si hay agro, la ganancia es para algunos”; “si existe el planeta lo contamino”; “si hay esperanzas, las destruyo”.
Pienso que ahora el tiempo que vivimos, no es para jugarse reivindicaciones, según como están las cosas, mientras no cambiemos la forma de pensar, es decir, mientras no podamos relacionar lo coyuntural con la crisis de nuestro planeta, estamos camino a la extinción. El mundo se pone extraño, el ejemplo es el sistema de exportación, donde se producen alimentos, que solo nutren a algunos; que son vendidos a un buen precio, pero a costa de no reconocerles la totalidad de su trabajo a los agricultores. Es decir, la actividad concebida como reproductora de la vida, se invierte contra el ser humano, y termina por explotarle.
El producto del esfuerzo del agricultor, se vuelve un objeto extraño y que existe en su imaginación luego de haberlo sembrado. Viaja a otros continentes, mientras el agricultor se queda plantado en la tierra, amarrado a lo que devino en el instrumento de tortura (el trabajo) y que debería de ser el instrumento de su libertad, bienestar y plenitud.
Los que esperan cumplir un bicentenario, lleno de recuerdos hermosos sobre la independencia, ¿tendrán en cuenta que la verdadera independencia es aquella donde el trabajador se libere de explotación?
La generación del bicentenario, ¿no deberían ser acaso aquellos que durante 200 años, jamás fueron vistos por el sistema político, que década tras década, los fue relegando? Ellos son los olvidados, los condenados a ser invisibles, son los agricultores explotados, los sin tierra, los pobres, los pueblos originarios, las mujeres violentadas; todos los condenados de esta tierra.
Una generación que se arrogue el título de la fecha patria, pero que sea indiferente a los problemas más complicados que hay, no merece celebrar nada. Porque si largamente el peruano estuvo oprimido, primero hay que recocer que jamás se notó su opresión, solo hasta que su lucha empezó a incomodar al poder, cuando tuvieron que ser llamados terroristas, por poner en cuestión una forma de vida fundada en la invisibilización de su tortura, de su hambre y de su dolor. No pretendo caer en falacias, porque las palabras del padre del primer caído en la protesta son un ejemplo de lo expresado:
<<“Yo no he estado. Según la información y el video que me han enseñado, el proyectil (de perdigón) le han disparo y le ha impacto en su cabeza. Eso es lo que le quita la vida a mi hijo. La Policía ha disparado”, confirmó el padre del fallecido en diálogo con Canal N. Añadió que su hijo laboraba para la empresa Campo Sol; pero que se encontraba de descanso en estos días.>> (La Mula.pe, 2020).
Aquí se confirma que la invisibilidad de los que, milagrosamente, produjeron el aumento de las exportaciones. Reza el himno: “largo tiempo el peruano oprimido”, y no se equivoca, porque oprimido siguen los peruanos a los que la justicia, la política, la economía, no ve. “[S]on fantasmas que quedan fuera de su reino” (Marx, 1970, p.124).
Referencia bibliográfica
Lamula.pe (2020). “Reportan un fallecido en manifestación de trabajadores agroexportadoras en Chao – Virú”. Recuperado de: https://redaccion.lamula.pe/2020/12/03/reportan-un-fallecido-en-manifestacion-de-trabajadores-agroexportadoras-en-chao-viru/redaccionmulera/
Marx, C. (1970). Manuscritos. Economía y filosofía (3° ed.). Madrid: Alianza Editorial
______ (1973). El capital. Crítica de la Economía Política. Buenos Aires: Cartago