Jaime Araujo-Frias
La protesta popular en Perú se criminaliza. Esta afirmación es irrefutable. Sin embargo, el problema no es que se la criminalice. Eso es solamente una de las consecuencias del problema principal. El cual tiene que ver con la pérdida de aquella facultad que nos hizo humanos. Esa que hizo posible el conjunto de todas las invenciones que permitió a los sapiens resolver sus necesidades. Y, que al decir de algunos historiadores les permitió imponerse en la lucha por la existencia (Harari, 2017). Entonces, ¿en qué consiste el problema principal de la criminalización de la protesta? A continuación, lanzamos una sospecha de conocimiento.
La incapacidad de pensar como problema
El problema no consiste —por dar algunos ejemplos en Perú— en que la población proteste contra el proyecto minero Tía María, quienes entienden tendrá consecuencias negativas en sus vidas, pero consecuencias muy positivas en los bolsillos de muchos funcionarios públicos y empresarios. El problema no radica en que los jóvenes protesten porque un grupo de representantes políticos y funcionarios públicos corruptos en el año 2019 se hayan apropiado de 921 millones de soles, perteneciente al presupuesto público (Shack y Portugal, 2020). El problema no reside en que los trabajadores agrarios protesten contra relaciones laborales legales de explotación y humillación. Y tampoco el problema consiste en que las comunidades indígenas se opongan a la contaminación de las tierras y de los ríos que les provee el sustento diario. En suma, el problema no radica en que la gente proteste.
El verdadero problema, aunque lo que voy a decir les va molestar a las mujeres y hombres respetuosos de la ley —total, a veces uno tiene la obligación de molestar—, consiste en que frente a la injusticia legalizada mucha gente no proteste ¿Por qué ocurre esto? Porque muchas personas, sobre todo profesionales con maestrías y doctorados, han perdido aquello que hace que un ser humano sea en verdad humano: su capacidad de pensar. Pensar no solamente tiene que ver con tener un cerebro capaz de razonar y argumentar de manera coherente. Pensar tiene que ver sobre todo con ser capaz de conmoverse, de interpelarse frente al dolor y el sufrimiento del prójimo. Porque como sugieren algunos neurocientíficos cognitivos, no hay pensamiento sin sentimiento (Damasio, 2018). Somos seres emocionales que razonamos.
Pensando creamos el mundo
Pensar supone ver problemas donde otros ven normalidades. Imaginar alternativas donde muchos sólo ven regularidades. Buscar otras formas de conocer, comprender y actuar para transformar la realidad donde otros solo proponen resignación. En suma, pensar supone indignación e imaginación. En un país como Perú donde la justicia es vista como obsoleta y los justos se tienen que proteger de la justicia legal, pensar en este sentido, no es una opción es una necesidad. Pues, a lo largo de la historia la protesta ha hecho avanzar a la sociedad y ha procurado la abolición de la injusticia sistemática (Baggini, 2012). Si el pensar está en todo, entonces, pensar es la condición de posibilidad para transformar la realidad que no queremos. Total, pensando el ser humano ha creado el mundo que tenemos, y pensando también lo podrá corregir, mejorar y hacer habitable para todos.
Es fácil estar de acuerdo y repetir con otros sobre lo jodido que está nuestro país. Sin embargo, es difícil pensar. Esto es, desobedecer la legalidad que la justifica e intentar cambiarla. El precio de no pensar puede ser fatal para la vida humana. La filósofa Hannah Arendt (2002), quien presenció la conducta de Adolf Eichmann, en el juicio que se le siguió por ser el principal responsable de la “solución final” (eliminación sistemática de la población judía), escribió que este jerarca nazi no presentaba ningún signo de convicciones ideológicas sólidas y se adhería fácilmente a lo convencional, a los códigos de legales establecidos. Hoy se podría decir que era una persona apolítica, práctica, un hombre respetuoso de la ley. En suma, un tipo normal. Sin embargo, había una característica tremendamente destacable en la conducta de Eichmann que a nuestra filósofa le llamó mucho la atención: su total incapacidad para pensar.
Conclusión
Criminalizar la protesta es criminalizar el pensamiento. En consecuencia, todo intento de prohibirla es en el fondo una tentativa de reprimir la lucha por la vida, porque pensando el ser humano resuelve sus problemas. La historia nos sugiere que todos los grandes cambios que han elevado la dignidad humana han empezado con una protesta: la abolición de la esclavitud, la eliminación legal del racismo, el reconocimiento de los derechos laborales, el reconocimiento del voto femenino, entre otros. En fin, uno de los poetas peruanos tremendamente sensibles a los problemas de la realidad peruana, Manuel Scorza, nos advirtió: “ningún cambio, ninguna revolución son posibles sin indignación e imaginación”. Y la indignación e imaginación —como hemos visto— son las dos caras de toda actividad de pensamiento.
Referencias bibliográficas
Arendt, H. (2002). La vida del espíritu. Barcelona: Paidós.
Baggini, J. (2012). La queja. De los pequeños lamentos a las protestas reivindicativas. Barcelona: Paidós.
Damasio, A. (2018). El extraño orden de las cosas. La vida, los sentimientos y la creación de las culturas. Bogotá: Destino.
Harari, Y. H (2017). Sapiens. De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad. Barcelona: Debate.
Shack, N., Pérez, J., y Portugal, L. (2020). Cálculo del tamaño de la corrupción y la inconducta funcional en el Perú: Una aproximación exploratoria. Lima: Documento de Política en Control Gubernamental. Contraloría General de la República.