John Montalvo Romero
A estas alturas, esperando las formalidades, es notable la victoria del maestro rural Pedro Castillo en las elecciones presidenciales del Perú. Esta hazaña política, de quienes han tenido todo en contra, requiere de un análisis que escape de lo electoral para mostrar la magnitud de aquello que debe cambiar durante los próximos cinco años.
Para empezar, conviene mencionar que estas elecciones vividas han sido de las que ha presentado mayores particularidades durante su desarrollo. El poder mediático y económico al servicio de una candidata demostraba lo terrible que podría ser la actitud de los sectores más reaccionarios del Perú, que no solo se limitaron a destacar y exaltar las pocas (inexistentes) virtudes de la hija del dictador, sino que su mayor mérito fue petardear a su contertulio, Pedro Castillo, llamándolo terrorista, ignorante, títere y otros apelativos conocidos para quienes abogan por un cambio de la sociedad. Lastimosamente, estos señalamientos también pasaron a ser parte del discurso que predominó durante casi toda la campaña para perjuicio de los seguidores de ambas candidaturas, reduciendo el debate a la procacidad y vulgaridad.
Otro factor a destacar es el evidente desconocimiento de la derecha sobre términos que han sido usados desproporcionalmente para generar zozobra en la población. Un claro ejemplo es el uso de la palabra “comunista”, que fue tomada de forma peyorativa para amedrentar a quienes no se alineaban con el libreto oficial. Lo mismo ocurrió con el término “libertad”, al cual intentaron monopolizar para extender el miedo de una posible dictadura. Empero, esta ignorancia atrevida, que tenía la intención de generar temor e incertidumbre, no logró sobrepujar las fronteras limeñas.
Frente a esta ofensiva neoliberal, es importante enfatizar en la sobriedad y madurez que ha tenido la izquierda hasta el momento. Parece que el ánimo pacífico y nada provocativo del profesor Castillo en el último debate ha contagio el clima progresista. Esto resulta positivo para los difíciles momentos que se avecinan, pues queda claro que este berrinche de la derecha no es el fin sino el comienzo de las trabas y hostigamientos que se darán a lo largo del gobierno de Perú Libre.
Asimismo, a esta ola de desprestigio hacia la candidatura de izquierda se sumaron personas abiertamente antifujimoristas que, sin reparo alguno, abrazaron a la investigada por corrupción con el propósito de defender un modelo que casualmente solo benefició a los de su entorno. Hablamos de Pedro Cateriano, el precoz expremier de la nación, y el nobel Mario Vargas Llosa, quienes no solo se rindieron ante el fujimorismo y la corrupción, sino que a pesar de ello promocionaron la nefasta candidatura. Tomaron partido por todo aquello que, racionalmente, va en contra de los emblemas liberales. Una inclinación partidaria cuantitativamente irrelevante pero simbólicamente obscena y nauseabunda. Se traicionaron a sí mismos, o al menos traicionaron aquello que pregonaban.

Es así como se encaminó estas elecciones respecto a la segunda vuelta, con una derecha en decadencia. Esta figura lo detalló claramente José Carlos Mariátegui al explicar que la clase dominante cuando deja el camino de cambio y reformulación -dejando de generar estimulo en la población- pasa a tomar una postura reaccionaria.
No obstante, ahora que la suerte está echada, esa derecha ha pasado a un estado de negación en el que no se acepta la derrota por más evidencia que haya. En tal sentido, han optado por tomar medidas para alentar su frágil optimismo de revertir los resultados. En un primer momento la esperanza fujimorista se centraba en los votos del extranjero, después en la revisión de las actas impugnadas, pero al nulo cambio decidieron aspirar a la anulación de mesas de sufragio ya contabilizadas con ayuda de abogados serviles al Statu quo. La estrategia parece clara, poner en la agenda política un supuesto “fraude sistemático” que permitirá, por un lado, prolongar el cantar oficial de los resultados y, por otro, victimizar a la lideresa del clan Fujimori.
Frente a esta ofensiva neoliberal, es importante enfatizar en la sobriedad y madurez que ha tenido la izquierda hasta el momento. Parece que el ánimo pacífico y nada provocativo del profesor Castillo en el último debate ha contagio el clima progresista. Esto resulta positivo para los difíciles momentos que se avecinan, pues queda claro que este berrinche de la derecha no es el fin sino el comienzo de las trabas y hostigamientos que se darán a lo largo del gobierno de Perú Libre. Toca, por el contrario, a la izquierda ser prudente y enfrascar su preparación para apoyar a peruanos que siguen padeciendo la crisis gestada por el neoliberalismo y agravada por la pandemia. Toca, desde luego, aplicar la gran política, que Antonio Gramsci (1999) nos lo describe a partir de lo siguiente:
La gran política comprende las cuestiones ligadas a la fundación de nuevos Estados, a la lucha por la destrucción, por la defensa, por la conservación de determinadas estructuras orgánicas económicos-sociales. La pequeña política comprende las cuestiones parciales y cotidianas que se presentan en el interior de una estructura ya establecida en el transcurso de luchas por la predominancia entre las diversas fracciones de una misma clase política. (pag. 21)
Esto quiere decir que la tarea pendiente nace de involucrar a la población (sumergida en la pequeña política) a ser partícipe de la gran política, y a partir de ello –bajos términos gramscianos- gestar “una revolución pasiva”, que permita un “contrarreforma” o una “reestructuración”, que no debe confundirse como un bloque homogéneo, sino como una combinación entre lo viejo y lo nuevo para a partir de allí generar los cambios que se necesitan.
Por tanto, para ir finalizando, lo que resulta fundamental es que las fuerzas progresistas sigan tejiendo puentes y concreticen la unidad percibida en este último tramo de las elecciones, porque a partir de allí se podrá responder a los intentos de inestabilidad claramente antidemocráticos. En ese sentido, citando correctamente a Cesar Vallejo, “hay, hermanos y hermanas, muchísimo que hacer».