De capitales y calamares

Alonso Castillo Flores

La pantalla chica y la pantalla grande ofrecen siempre ricos materiales para entender lo que es el capitalismo y su inmundicia moral. Puede que se presenten series y películas como “críticas”, o como protestas de las miserias del capital. Pero estas son a veces parte de esas mismas miserias y esos mismos capitales. Aparentes denuncias escenificadas, pero mercancías de las más rentables. Podrán parecer distintas, pero al final resultan cortadas con la misma tijera. ¿Se te ocurrió antes comparar “El juego del calamar” con “Bob Esponja”?

En los tentáculos del capital financiero

La multimillonaria serie de Netflix, “El juego del calamar” está a punto de pasar de moda, como toda mercancía de punta. Su director reconoce que la serie resulta ser “una fábula acerca de la sociedad capitalista moderna, algo que representase una competición extrema” (Iglesias, 2021). Aquí los participantes del “juego” están endeudados, han sucumbido financieramente, y no les queda más que entrar voluntariamente a una competencia sangrienta y morbosa.

Los personajes no pueden ser menos reales. Seong Gi–un, fracasado y endeudado, atontado, irresponsable, adicto a los juegos del azar. Cho Sang–woo, ruin hombre de negocios, buscado por evasión fiscal y malversación de fondos, cerebral y calculador. Kang Sae–byeok, carterista, desertora de Corea del Norte, triste y reservada. Janf Deok–su, gánster, perverso y criminal, extremadamente violento, patán. Han Mi–nyeo, manipuladora, zorra, misteriosa, bipolar. Abdul Ali, inmigrante pakistaní, puro e ingenuo, explotado por su empleador. Todos quieren arreglar su vida, pero la terminan por hundir o simplemente terminan con ella.

Todos ellos, junto a una comparsa de pobres arruinados por las deudas, caen víctimas de perversos espectadores, solo para entretenerlos. Ellos son los VIP, evidentemente estadounidenses, magnates corrompidos por el lujo y los bajos instintos. Un anciano coreano, Oh Il-nam está detrás del juego y forma parte de él porque está desahuciado y aburrido de su vida millonaria. El juego es injusto, hasta machista, aparentemente democrático y libre. Las distopías de Orwell y Huxley en su más execrable dimensión.       

La industria cinematográfica surcoreana no parece libre de los cánones narrativos norteamericanos. La figura del anciano con tumor cerebral –débil, genial, existencial, irónico, demente– que está detrás del juego, la vemos en Jigsaw, de la película “Saw”. Sin embargo, el primero dirige una organización criminal financiera, de “derecha”; el segundo, un grupo terrorista subversivo, de “izquierda”. Ambas, estropeando el mundo desde distinto flanco, desquiciadas e ilegales las dos.

Como marisco frito en la sartén

Pero aquí compararemos al “Juego del calamar” no con una distopía pesimista y retorcida, sino con una caricatura amena, cándida y cómica, Bob Esponja. En ella, todos parecen ir al son del capitalismo de la comida rápida, todos parecen contentos y cautivos por ella, todos hijos del MacMundo, menos un personaje pintoresco: Calamardo, un calamar, nada menos. Nuestra comparación dispareja tiene ya un lazo.

Bob Esponja representa la más descarada y aceptada explotación del trabajador manual, el cocinero y el cajero, y la aprobación de un público cautivado por el producto delicioso e insuperable: las cangreburgers. Mina de oro de un sencillo y vulgar empresario.

Los personajes no tienen nada que envidiar a los de la serie coreana. Don Cangrejo –ya mencionado–, codicioso extremo, capitalista exitoso, tacaño, caradura, pero simpático y hasta puro en su avaricia. Bob Esponja, el empleado estrella, el ciudadano ejemplar, el hijo modelo; hábil, raudo y diligente en el trabajo, no cobra ni un dólar, pero es feliz – ido, carismático, cargoso, iluso. Patricio, el desempleado, amigo extremadamente tonto y desencajado, un cero a la izquierda. Plancton, sediento de dominar el mercado, la competencia fracasada y socavada, pero que nunca se rinde, antipático y diminuto, un tigre de papel. Arenita, científica, foránea, aclamada, graciosa y empática, la ciencia consagrada que no cambia en nada las cosas. Los peces, horda de dóciles consumistas que solo protestan para consumir más, verdaderos hombres–masa; más que peces, pescados. La serie sería una alegre distopía posmoderna, porque cuenta con dos superhéroes viejos, desvalidos, ridículos y graciosos, Sirenoman y Chico Percebe: el fin de los “grandes relatos”.

El único elemento sensato, mesurado y sobrio es el calamar. Formado en la alta cultura, músico de finos gustos. Vive renegado del sistema y la estupidez de los demás, pero no logra nada. Es el típico rajón de salón, criticador más que crítico, impotente y sin ánimo, sin fe, sin visión, sin alternativa, decadente y excéntrico. Frustrado, debe trabajar para Don Cangrejo.

Calamardo y el calamar

Ninguna condena del “capital” en abstracto es verdadera, existe el capital coreano, el capital estadounidense, el capital cinematográfico. Fernando Buen Abad (2021) ha tenido la destreza suficiente para notar que la industria del entretenimiento también nos tiene como víctimas del Juego del calamar (y como pescados de Fondo de Bikini, agregamos). Nos cautiva e hipnotiza en su porquería, nos hace hablar del tema, convierte la denuncia en objeto de goce. Normaliza, en su velada apología, relaciones abiertamente opresoras. Ve su éxito en el número de público y en sus dólares, no en la comprensión del mensaje ni la verdadera crítica. Cantidad y no calidad.

En las producciones descritas no hay alternativa, “El Juego del calamar” nos muestra a los pobres tan viles y arribistas como los magnates VIP. Ser honrado, como el pakistaní, solo lleva al fracaso. En “Bob Esponja”, lo mejor es la eficacia. Es “más sano” ser estúpidamente feliz y vulgarmente avaro que refunfuñar como Calamardo. Y hasta en “Saw”, el radicalismo que quiere subvertir las cosas solo empeora todo. El remedio es peor que la enfermedad.

Juego del calamar, caricatura por Carlín. Fuente: La República.

Hay en Bob Esponja una defensa al American way of life, el modo de vida “americano” (Tarr and Brown, 2013), el país alegre y bonachón, disciplinado y campeón, con su vida alienante, explotadora y superficial. Pero en “El Calamar” hay una especie de condena al dominio de EE.UU. y sus VIP gringos. En Corea del Sur, industriosa potencia ejemplar, reina el vicio, el suicidio, la usura, y es perro fiel del imperialismo yanqui. Pero es un perro quizás hipócrita frente al amo, con el que ya ha tenido tremendos encontrones por su Tratado de Libre Comercio y los aranceles de Trump.

No nos cegamos ante la capacidad de estas series de generar sentimientos e identificaciones, de sus esfuerzos y sus logros. No renegamos acongojados, lanzamos una crítica desde las entrañas mismas del capitalismo. Y protestamos por cambiar la propia actitud de los más juiciosos críticos del sistema; en tornarla acción, praxis, alternativa. A no ser como abatidos mariscos fritos en una sartén y caer dóciles en los tentáculos del capital financiero. Ni iracundos Calamardos ni jugadores del Calamar.          

Referencias bibliográficas

Buen Abad, Fernando (2021). “Calamares en su tinta ideológica” https://www.jornada.com.mx/notas/2021/10/16/politica/calamares-en-su-tinta-ideologica/?fbclid=IwAR1q-NUlso9CR_Jeh05UPG2XypLBWr7oPsxP7mizrF4ViVliQHqCfzdaTAo

Iglesias, Pablo (2021). “El juego del calamar o el capitalismo como inmundicia moral” https://ctxt.es/es/20211001/Culturas/37589/el-juego-del-calamar-capitalismo-pablo-iglesias.htm

Tarr, Britni and Brow, Timothy J. (2013). “Of theory and praxis: SpongeBob SquarePants and contemporary constructions of the American dream”. American International Journal of Contemporary Research. Vol. 3 No. 11, pp. 60–69

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