Ayrton Armando Trelles Castro
La renovación política generacional es un fenómeno constante. La explicación biológica es obvia. Pero, ¿constituye una verdad decir que por ser jóvenes las cosas que se hagan son mejores que las que hicieron las anteriores generaciones?
Constantemente este argumento viene de los militantes que, en muchos casos, con buenas intenciones intentan insertar a más adeptos a sus causas. Esto suena interesante ya que el brío con que afirman sus ideas es atractivo: acá hay jóvenes. Es como si dijeran: existe renovación. Como si se cumpliese con la ley de la identidad, A = A. En todo caso renovación y juventud, con esa afirmación, es una tautología.
Y si la renovación la hace la juventud, entonces, los jóvenes al poder y los viejos a la tumba, parafraseando a Manuel Gonzales Prada. Con lo cual se estaría diciendo que alguien por ser viejo no renueva nada. ¿Y eso sería suficiente para afirmar que el proyecto político de la juventud es correcto?, o más, ¿ser joven es una ideología?, entendiendo ideología como el conjunto de saberes y creencias que nos hacen interpretar de una determinada manera la realidad. Más pareciera que ser joven, más allá de ser una ideología, es una idiosincrasia, característica de nuestro tiempo.
El entusiasmo está asociado a la juventud. La parsimonia a la vejez. Como si no hubiera contrastes en esa polaridad. Como si las ideas fueran más aplicables cuando las hacen los jóvenes. Pero es lo que se entiende. Es una reacción, probablemente, al estigma de personas mayores cuando dicen que tal cosa es un engaña-muchachos. Es decir, que un joven es ingenuo. En un encuentro con el escritor Oswaldo Reynoso, su servidor, le preguntó “ingenuamente” si él ya no era inocente, a propósito de su obra Los inocentes, respondió que todos hasta que muramos de alguna manera seguiríamos siendo inocentes. Basta ver a jóvenes y personas mayores, cada uno acariciando sus sueños, Sólo que ya de adultos están convencidos que lo que sueñan es cierto.
Lo que sí sucede, tanto en jóvenes y viejos, es que ambas partes siempre mantienen el pragmatismo; sin embargo, los unos acusan a los otros de desfasados, los otros viejos responden que así no se hacen las cosas. Como si hubiera una forma determinada de hacer las cosas, y por el otro lado, como si no existieran pasos necesarios antes de hacerlas o, al menos, emprenderlas.
El asunto está en la renovación de conceptos y categorías, para poder entender y transformar la realidad que vivimos, porque nuevos problemas, nuevas cuestiones asoman a nuestro entorno. Y si no hay cómo identificarlos, ¿cómo se solucionarían?
Curiosamente, al parecer, esta prosaica discusión jamás va a aspectos sustanciosos. Es decir, si aquello que guía su práctica, es decir, la teoría, es de renovación. Pongamos el caso, sabemos que teóricamente se defiende bien el statu quo, generalmente a esto denominamos conservadurismo. Por otro lado, aquello que lo cuestiona se conoce como renovador. Pero el caso es que no basta con que una idea sea renovadora para que renueve. Porque, ¿qué sucedería si la recepción de esa teoría es conservadora? Ejemplo: leo una obra muy contestataria, la repito y divulgo. Uso lo que aprendí para discutir. Pero en el fondo sólo sé que sirve para repetirla sin desarrollarla, o peor aún, asirme a una supuesta interpretación ortodoxa, que permite diferenciar a otros que no repitan mi credo. En ese caso, por más joven que sea, ¿estoy renovando algo?
Las grandes obras del pensamiento han madurado junto con su autor, la cumbre de la teoría se alcanza con años de incansable labor, que termina consumiendo la vitalidad del pensador. ¿Qué diría quien dice que es joven y que por eso renovará las cosas? Si el ímpetu que se tiene se queda reducido a esa intencionalidad, sus ansias de renovación se quedarán con su entusiasmo en la edad en que lo dice. Pero esa chispa no lo acompañará en su vida, y quizá termine convirtiéndose en lo que juró nos ser.
En una clase, trasmitida por redes sociales, el pensador Freo Betto, citando a un cantautor brasileño, decía que se debe tener cuidado con las personas que de forma adulta afirman ser revolucionarios, cuando en su Juventud no tuvieron esas inquietudes. Porque sucede que los rebeldes más conocidos, desde sus juventudes ya se veían burbujeando inconformismo. Supóngase que, en una campaña electoral, alguien se pone a cantar alguna canción popular coreada por las masas, pensaría cualquiera que es un tipo o tipa con pretensiones de justicia social. Pero si en su juventud no era así, no hay que creerle. Eso sería un montaje.
A tanto llega el asunto, que una vez, hace tiempo, Salvador Allende en un famoso discurso decía: hay viejos jóvenes y jóvenes viejos. Es una cuestión sensacional. Ahora, pensándolo bien, ¿es un problema lo que anunciaba? No. Porque de alguna manera jamás podrían cambiarse las cosas apelando sólo a un sector de la población que se supone va a cambiar las cosas. El asunto está en la renovación de conceptos y categorías, para poder entender y transformar la realidad que vivimos, porque nuevos problemas, nuevas cuestiones asoman a nuestro entorno. Y si no hay cómo identificarlos, ¿cómo se solucionarían?
La crítica a quienes sostiene que por ser jóvenes van a cambiar las cosas, está en que, en su praxis, hacen lo mismo que las generaciones anteriores: se emocionan muchísimo con las elecciones, no forman bases, no se instruyen, desprecian el papel de la crítica y la autocrítica. Obviamente, debe haber excepciones. Pero, aun así, no se ven cosas excepcionales. Incluso, con esa forma de pensar, tan polarizada, se disparan a los pies. Porque hace tiempo, alguien que hoy estaría demasiado viejo si estuviera vivo, dijo: ser joven y no ser revolucionario es una contradicción. Obviamente no lo es, porque ser joven y creer que las cosas por el mero ímpetu serán diferentes, no sucede.
Quizá a los entusiastas jóvenes les falte autoconciencia, y podrían asumirla si estuvieran dispuestos a repensar y a la vez, pensarse en un problema, porque va más allá de lo biológico, la renovación política no podría ser del todo renovadora si no hay cambios en el pensamiento, si se quedan con lo que existe, sino crean, y si al crear van contra todo y todos van contra ellos, podría estar hablándose de una creación heroica. Porque cuando se lucha por una transformación no se hacen a nombre de la generación, sino de todas aquellas que fueron derrotadas, y en cuyas luchas perecieron, se hace en nombre de todos los vencidos de todos los tiempos, porque, como diría Walter Benjamín, el ángel de la historia ve en el tiempo una sola desgracia.