“Mientras alguien padezca,
la rosa no podrá ser bella;
mientras alguien mire al pan con envidia,
el trigo no podrá dormir;
mientras llueva sobre el pecho de los mendigos,
mi corazón no sonreirá”
Manuel Scorza
Kevin Helpy Montoya-Cruces
kevinmontoyacruces@gmail.com
Introducción
“El amor nos hará libres”. Podríamos aceptar esa sentencia, sin embargo, emulando el ejercicio filosófico, sabemos que repensar lo que se dice siempre es pertinentemente impertinente. Porque no todo amor nos hace libres. No en este tiempo y en esta sociedad, en la que el amor se reduce a lo material y superficial. Más bien, amar ahora es una idea que no comulga con la excelsa palabra.
De este tema se han encargado diversas personas, uno de ellos, Erich Fromm, se atrevió a denominar su reflexión sobre el amor como El arte de amar. Para muchos el libro es un best seller, porque creen que da tips de cómo tener citas exitosas (Baldeón, 2010). Sin embargo, recordando las enseñanzas de La Metafísica de Aristóteles, podemos darnos cuenta que cuando se habla de arte se está hablando del cultivo de un saber y cómo enseñarlo.
El amor en nuestros tiempos, como se adelantó, en vez de ser una virtud, es algo que intenta inculcársenos, pero para fatalidad nuestra. En su exageración, concentrada a la posesión y dominio del otro, restringen su significado; si el amor no lleva consigo ideales, no creo que deba llamarse así. En esa idea que cosifica, no hallamos el amor por los semejantes. De tal manera que este amor no nos hace libres. Quizá, como manifiesta el versículo (Jn 8: 31-38), en realidad la verdad nos hará libres.
Sobre el falso amor
Cuando se ama existe una entrega sin medida, una exageración de las virtudes y un antifaz de los defectos. Es usual que las personas se sientan identificadas con la anterior afirmación o tal vez posean ideas aún más románticas sobre el tema. Desde infantes un gran número de hombres crece escuchando cuentos que narran amores imposibles: fabulas de ovejas cuidadas y amadas por lobos, relatos de hombres donde el sentimiento les sirvió para unificar a su familia, pobre, triste, de frío y olvidados por quienes, se supone, debían protegerlos.
No estoy en contra del amor. Al contrario, “nadie como él puede inspirar mejor el horror al mal y la emulación al bien, necesarios para llevar una vida honesta” (Platón, 1993, p.39). Creo que el amor es uno de los fundamentos de cambio para lograr una equitativa comunidad-sociedad. Sin embargo, estoy en contra de la exageración del amor. Caer en el lado romántico, propio de cierta poesía y/o literatura, cegarnos por los lirios, rosas, pétalos de algodón y olvidar las espinas, inherentes de toda comunidad que grita fuertemente su dolor e indignación, constituye una idea falsa del amor.
El amor en nuestros tiempos, como se adelantó, en vez de ser una virtud, es algo que intenta inculcársenos, pero para fatalidad nuestra. En su exageración, concentrada a la posesión y dominio del otro, restringen su significado; si el amor no lleva consigo ideales, no creo que deba llamarse así.
El mundo y la vida se nos presenta como un regalo, envuelto en papel de colores, con un moño elegante y con cinta de brillantes. Pero cuando el presente es descubierto nos encontramos con la sonrisa forzada, porque tal vez no era lo que esperábamos: como sucede en la mayoría de agasajos, nos encontramos llenos de incertidumbre, por no saber que hay detrás del envoltorio. Ante ese problema tenemos que aceptar lo que se nos otorgue. No hay vuelta atrás y tampoco está permitido el rechazo.
Consecuencias
Es así como se intenta vivir en esta sociedad. Se vive con la aceptación-silencio del pueblo y el amor romantizado. Gracias a esa especie de somnolencia nos olvidamos que el pueblo sufre a diario, es quien trabaja más de lo debido, es el pueblo quien es obligado a aceptar injusticias y, para colmo, su sentir es silenciado.
Mientras tanto, en medio de la somnolencia concedida por el falso amor, los grandes capitales nos explotan y los gobiernos corruptos acallan nuestro llanto. Aquel poder, centralizado en pocas manos, lamentablemente logra cambiar nuestros gritos por cánticos, nuestras lágrimas y sudor por baños de agua tibia, y como si no fuese suficiente, con aquella tergiversación, muestra nuestra indignación como mera rebeldía y el reclamo de nuestros derechos como una incitación al conflicto y al odio.
Tenemos una cortina de humo color rosa entre la realidad y nuestros ojos. Es nuestro deber poder disiparla para tomar las riendas de nuestra situación y escribir la historia como realmente debe ser contada, poder hablar tan claro que ni la más hermosa metáfora tergiverse nuestro mensaje. Por ese motivo, tenemos que alentar a nuestros hermanos a no dejarse influenciar por la idea romántica ya establecida, para poder generar conciencia. En ese aspecto, la educación posee y tiene un gran deber, la de liberar, enseñar y concientizar al hombre.
El amor, mostrándose como una idea romántica, centrada en la individualidad y el dominio, no es amor. En una sociedad donde el valor de la persona es estimado por sus posesiones, en donde sus relaciones sociales al mismo tiempo son relaciones cosificantes; en esa situación, sólo existimos en tanto poseedores “de dinero y gracias a este todopoderoso material [se es] capaz de tener amor, pero este amor es un amor enajenado, por lo tanto, es un amor invertido, un no-amor u amor cosificado” (Lincopi, 2016, párr. 18).
No puede ser amor aquello que nos aletargue y nos impida ver que existe el amor por la humanidad, porque el amor consciente es, en realidad, la conciencia del amor. Aquel amor que no se ve envuelto por el falso relativismo sofista, sino que ve la realidad, siente el dolor y busca mejorar nuestra situación.
Si nos diéramos el tiempo de poder discutir la teoría de cómo se dirige el mundo, quedaríamos extasiados por las grandes proezas de nuestras leyes y normas, porque, en la teoría gozamos de tantos derechos que resulta casi imposible poder tener una vida como la que llevamos. Sucede que existe una separación titánica entre nuestra realidad (es) y cómo debería de ser gobernada (debe ser).
Mientras existan gobiernos corruptos y centralizaciones de poder, jamás se logrará tener una vida digna. Seguirán tratando de engañarnos con falsos relatos de amores extraordinarios, con sublimes tergiversaciones del sufrimiento del pueblo y, por supuesto, los que se quitan la venda de los ojos seguirán siendo señalados y tildados como conflictivos y sediciosos.
Referencia bibliográfica
Baldeón, J. (2010). “El amor nos hará libres: sobre la obra de Erich Fromm”. Alumno libre. http://alumnolibre.blogspot.com/2010/11/solo-el-amor-nos-hara-libres-sobre-la.html
Lincopi, C. (2016). “Marx y el amor”. Contrainfo. Comunicación alternativa. https://www.contrainfo.com/22159/marx-y-el-amor/
Platón (1993). Platón diálogos. Editorial mercurio.