Jaime Araujo Frias
jarauofrias@gmail.com
Una epidemia ataca al Perú. Si tomamos un mapa y como los médicos señalamos los departamentos infectados por esta, veremos que ninguno escapa de ella. Se ha constatado que por cada mil habitantes existen 27 casos en tratamiento. Sin embargo, esta es una rara epidemia, porque no es el contagiado el que sufre, sino los sanos. Mientras escribo este párrafo al menos un niño o un anciano habrá muerto por falta de atención oportuna y de calidad en algún hospital o centro de salud de nuestro país. Corrijo, en realidad habrá muerto porque el presupuesto público destinado a la salud pública, fue a parar en los bolsillos de los contagiados por esta epidemia: la corrupción.
En 2019 se perdió por actos de corrupción 23,297 millones de soles, y 22,059 millones de soles en 2020 (El Peruano, 15/07/2021). La corrupción no mata directamente, claro está. Sin embargo, como decía Shylock, el personaje de El mercader de Venecia: «si me impiden los medios con que vivo, me quitan la vida entera» (Shakespeare, 2001, p. 125). En resumen, para decirlo sin rodeos: la corrupción mata.
A diferencia de otras epidemias causadas por patógenos biológicos, al parecer una de las causas de la epidemia de la corrupción reside en una mentalidad, concretamente en la creencia en un concepto. El cual ha prevalecido en la filosofía y en la teoría política contemporánea, y establece que el poder consiste en «la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad» (Weber, 2002, p.43). Es decir, para nuestro autor, el poder es dominación, y la dominación está más cerca de la opresión y la arbitrariedad que de la libertad y la razón.

Si se enseña dicha definición de «poder», como sin duda se viene propagando desde las universidades a todos los ámbitos de la vida pública, entonces, no es casual que hoy se tenga como dogma de fe la frase «El poder corrompe siempre», atribuida a Lord Acton. Sin embargo, una cosa es creer que el poder corrompe siempre y otra muy distinta creer que el poder puede corromper. La primera nos sugiere que la corrupción en el ejercicio del poder político es inevitable. La segunda creencia, por el contrario, nos indica que es una posibilidad. En otras palabras, el poder puede corromper, pero de ello no se sigue que corrompa siempre.
«Una epidemia ataca al Perú. Si tomamos un mapa y como los médicos señalamos los departamentos infectados por esta, veremos que ninguno escapa de ella. Se ha constatado que por cada mil habitantes existen 27 casos en tratamiento . Sin embargo, esta es una rara epidemia, porque no es el contagiado el que sufre, sino los sanos.»
Ahora bien, si pretendemos empezar a combatir la corrupción, tal vez sea urgente tachar la siguiente frase de nuestro vocabulario: «el poder corrompe siempre». Esto en razón de que las palabras no son inocentes, sino que conforman marcos de pensamiento. Es decir, como reflexiona por un lado Lledó (2018), cuando se las admite se consiente con ellas sentidos y referencias. Y, por otro lado, como sugiere Klemperer, las palabras pueden ser como minúsculas dosis de veneno: se toleran distraídamente, parecen no tener ninguna consecuencia, y tras poco tiempo se padece su veneno (Gamper, 2019). Si se cree que el poder corrompe siempre, se cree también que la política que es, inevitablemente, despliegue de poder, es corrupta por naturaleza. Y, por consiguiente, ninguna persona podría ejercerla de manera honesta. En definitiva, si de luchar contra la corrupción se trata, tal vez lo principal no consista en iniciar por reformar las instituciones, sino por reformar nuestra mentalidad. Porque el problema de la corrupción no solamente está en la realidad que vemos, sino también, en la realidad que no vemos: las ideas y creencias con las cuales comprendemos la realidad problemática que vemos para transformarla.
Referencias bibliográficas
El Peruano (15/07/2021). «Perú perdió S/ 23,297 millones por corrupción e inconductas». https://acortar.link/GPYi7b.
Gamper, D. (2019). Las mejores palabras. De la libre expresión. Anagrama.
Lledó, E. (2018). Sobre la educación. La necesidad de la literatura y la vigencia de la filosofía. Taurus.
Shakespeare, W. (2001). El mercader de Venecia. Carvajal Educación S.A.S.
Weber, M. (2002). Economía y sociedad. Fondo de Cultura Económica.