La pasión e inspiración al escribir

Ayrton Armando Trelles Castro

atrellesc@unsa.edu.pe

Creo que escribir es una pasión. Vargas Llosa sostiene que hacerlo es como llevar algo adentro, es como tener un gusano. Ese gusano es la pasión. Pero para que exista la pasión debe haber inspiración. Ni el más apasionado podría dejar de inspirarse. Y esto conduce al esfuerzo para que la inspiración se vuelva una manifestación objetiva. La creatividad ayuda a sacar de adentro el gusano y que empapado de inspiración manifieste lo que sea pertinente.

A Edison se atribuye la frase “la genialidad es 1% de inspiración y 99% de transpiración”. Esta misma sentencia suele aplicarse de la siguiente manera: hacer algo implica 1 por ciento de inspiración y 99 por ciento de transpiración. Lo cual es cierto. Trabajar eficientemente a pesar del cansancio es una de las premisas de la pasión. Comunicar ideas no es sencillo, hasta para decir cualquier cosa requerimos de miles de conexiones neuronales (sinapsis). Escribir implica más que eso, implica sentir lo que se escribe.

Tiene razón Vargas Llosa cuando se pregunta “¿Por qué dedicaría su tiempo a algo tan evanescente y quimérico —la creación de realidades ficticias— quien está íntimamente satisfecho con la realidad real, con la vida tal como la vive?” (2007, p. 8). La pasión nos lleva a hacer cosas que serían impensables para el resto. La inspiración es la manifestación de la pasión. Pasión e inspiración van unidas, no hay una sin la otra. Si escribir es una pasión la creación es inspiración apasionada.

Quizá por eso Hegel sostenía que “nada grande se ha hecho en el mundo sin una gran pasión”. Lo cual es cierto. La tarea del escritor es ardua, la creación es una cuestión que implica trabajo. Hasta al soñar se trabaja cuando se intenta crear. De tal manera que la inspiración ayuda a ese trabajo, siempre y cuando todo eso constituya parte de la pasión. Para algunos pensar constituye la razón. En sí, nos dice la neurobiología, esto no es así: “La pasión lleva a la razón a aventurarse por lugares por donde nunca habría ido por sí sola, y la anima a desobedecer al miedo cuando éste le ordena no ir más allá” (Rodríguez, 2008, párr. 15)

Los escritores han interiorizado bien aquello. Tanto es así que cuando buscan leer algo que les gustaría, lo escriben. Escribir trata quizá de hacer lo que nos hubiera gustado haber leído en otro lado. La idea mencionada la enuncia así el escritor turco Orhan Pamuk, premio nobel de literatura: “Escribo porque quiero leer libros como los que escribo” (2006, párr. 24).

Al escribir estamos creando ficción con un contenido real. Quizá no importan tanto si es más ficticio que real, lo que importa es qué consecuencia tendrá en la realidad lo ficticio, más que la consecuencia de la realidad en la ficción. Dice la máxima: Habent sua fata libelli (los libros tienen su propio destino).

Al escribir estamos creando ficción con un contenido real. Quizá no importan tanto si es más ficticio que real, lo que importa es qué consecuencia tendrá en la realidad lo ficticio, más que la consecuencia de la realidad en la ficción. Dice la máxima: Habent sua fata libelli (los libros tienen su propio destino). Cada texto cobrará autonomía más allá de lo que su autor hubiera deseado. Por ejemplo, Salinger, el autor de El guardián entre el centeno, era hosco y poco inclinado a aparecer socialmente. Pero jamás pensó que su libro se volvería famoso a partir de una leyenda. La leyenda es que todos los que lo leen han sido personas que cometieron atentados. A partir de esto se cree que el texto tiene mensajes subliminales. Cuando Mark David Chapman fue atrapado después de dispararle a Lennon, entre sus pertenencias se encontró un ejemplar de esa novela. Y no fue el único caso. Quizá el ejemplo más genuino sobre el destino propio de los libros, está en aquellos que son considerados sagrados, llámese la biblia o cualquier otro.  

La pasión y la inspiración parecen cosas divinas porque son genuinamente humanas. Son humanas, demasiado humanas para ser humanas. Aunque al mismo tiempo escribir pareciese una actividad antinatural. Es obvio que al pensamiento no le hace falta la escritura, pero sí a la escritura le hace falta el pensamiento y a ambas cosas les presupone la creación, la inspiración y la pasión, cada una de ellas en un orden creciente. 

Sin duda nadie puede escribir después de muerto. No hay pasión ni creación más allá de la muerte, pero tan serio es escribir que los muertos necesitan de sus libros. El ejemplo más grande curiosamente lleva ese nombre: El libro de los muertos. Este texto egipcio contiene humanidad para la muerte, ahí está escrito todo lo que en la vida merece contarse y que de cierta forma puede ser cotidiano. La pasión por haber amado la vida hizo que existiera un libro para cuando se deje de existir, la inspiración que da la vida, hizo que exista la necesidad de un texto que hiciera ver qué de bueno hubo en ésta. La creación de un libro para la muerte que contiene preceptos para vivir mejor, generó tomarse en serio tener que escribirlo. Al fin y al cabo, ¿qué más apasionado hay en el mundo que estar vivos? Si existiera una figura escrita para describir lo que significa dedicarse a escribir, por antonomasia sería: vida, pasión y muerte.

Referencias bibliográficas

Rodríguez, M. (2008). “Neurobiología de la pasión”, en Página 12. https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2026-2008-10-18.html

Pamuk. O. (2006). “La maleta de mi padre”, en Ersilias. https://www.ersilias.com/discurso-de-orhan-pamuk-al-recoger-el-premio-nobel-de-literatura-de-2006/

Vargas, M. (1997). Cartas a un joven novelista. Planeta.

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