Jaime Araujo-Frías
jaraujof@unsa.edu.pe
Se puede vivir sin pensar, es cierto, pero a cuenta de que otros lo hagan por nosotros. Pensar no es obligatorio, pero es inevitable para la convivencia humana. Porque pensando el ser humano habita el mundo y lo transforma. Todo lo que el ser humano ha creado para resolver sus problemas, desde el hacha hasta la poesía, es producto de su pensamiento. Si el pensar está en todo, entonces, todo empieza por el pensar. Es por ahí por donde tenemos que iniciar las grandes transformaciones personales, institucionales y sociales.
Con base en lo antes expuesto, se podría decir que tal vez, el único modo de construir un país más justo sea empezando a pensar. Me explico. Pensar es producir ideas, y las ideas son sospechas de conocimiento que nos movilizan a buscar posibles soluciones. En otras palabras, el pensamiento sustenta y orienta el mundo de la acción. En consecuencia, si no pensamos y dejamos que otros lo hagan por nosotros, entonces, difícilmente conseguiremos identificar las causas de las injusticias sociales que padecemos y movilizarnos para corregirlos con nuestro disenso.
En consecuencia, el Perú no lo va a cambiar la clase que desde hace 200 años se ha venido enriqueciendo ilícitamente en nombre del bien del país. ¿Por qué habrían de querer transformar el país aquellos que se han enriquecido a base del fraude y la corrupción? Para ellos las cosas están bien como están y no querrían que se cambien jamás. Mientras que en la Oroya, Cajamarca o Arequipa la minería contamina los suelos, el agua y el aire, ellos solo ven dólares y carros de lujo.
Lo cierto es que de las injusticias tenemos que defendernos pensando. Y para llevar a cabo esta tarea tenemos dos opciones: pensar por nosotros mismos o dejar que otros lo hagan por nosotros. La segunda opción es en la hemos estado desde hace más de 200 años. Se ha constatado históricamente que un grupo de camarillas de funcionarios, coludidos con intereses privados, con la finalidad de obtener ventajas ilícitas, ha sido el que siempre ha puesto la agenda de cada gobierno de turno (Quiroz, 2019). El que decidía lo que era bueno para el país. Y lo que decidían que era bueno para el país, desgraciadamente, siempre terminaba siendo perjudicial para las grandes mayorías y muy provechoso para ellos.
En consecuencia, el Perú no lo va a cambiar la clase que desde hace 200 años se ha venido enriqueciendo ilícitamente en nombre del bien del país. ¿Por qué habrían de querer transformar el país aquellos que se han enriquecido a base del fraude y la corrupción? Para ellos las cosas están bien como están y no querrían que se cambien jamás. Mientras que en la Oroya, Cajamarca o Arequipa la minería contamina los suelos, el agua y el aire, ellos solo ven dólares y carros de lujo. Mientras que miles de ancianos en plena pandemia de la covid-19 morían por falta de acceso a medicamentos, los dueños de las empresas farmacéuticas y clínicas solo veían una gran oportunidad para ganar dinero elevando los precios de sus bienes y servicios.
La respuesta a esta situación histórica pasa por ir al comienzo. Y en el comienzo, como hemos visto, está el pensar. Porque es el que moviliza la imaginación y el cuerpo: pensar es imaginar y actuar. En este sentido, otra idea de política, otra idea de economía, otra idea de derecho que nos favorezca a todos es posible si primero la acariciamos en la imaginación y luego ponemos en acción el cuerpo para lograrlo. Un país libre de corrupción es posible si empezamos a pensar para producir ideas que nos movilicen a combatirla. He aquí un ejemplo de pensar en forma de preguntas: ¿Por qué muchos nos subordinamos a unos cuantos? ¿Qué nos impide movilizarnos contra aquellos que ocasionan las injusticias?
Un elemento básico de toda sociedad justa es la igualdad. Y se ha constatado que el camino a la igualdad es fruto de movilizaciones, luchas y rebeliones contra las injusticias (Piketty, 2021). Al parecer, todo lo que ha mejorado el mundo ha sido consecuencia de alguna idea movilizadora producto del pensar. En fin, si algún pragmático nos increpara de idealistas e ilusos, le pedimos que reflexione en el siguiente relato:
Thomas Carlyle cenaba una vez con un hombre de negocios, que se cansó de la locuacidad de Carlyle y se dirigió a él para reprocharle: “¡Ideas, señor Carlyle, nada más que ideas!”. A lo que Carlyle replicó: “Hubo una vez un hombre llamado Rousseau que escribió un libro que no contenía nada más que ideas. La segunda edición fue encuadernada con la piel de los que se rieron de la primera”. ¿Qué tuvo, entonces, tanta influencia, en lo que dijo Rousseau? (MacIntyre, p. 179).
La respuesta es evidente, demasiado evidente en realidad: sus ideas. Pero para producir ideas, como hemos visto, es necesario pensar. La consigna es: necesitamos pensar para tener ideas, y tener ideas para movilizarnos y luchar. Nadie va a la batalla con la cabeza y el corazón vacíos. En suma, parafraseando a Antonio Machado, me despido con la siguiente frase: pueblo peruano, no hay justicia, se hace justicia al pensar.
Referencias bibliográficas
MacIntyre, A. (2002). Historia de la ética. Paidós.
Piketty, T. (2021). Breve historia de la igualdad. Deusto.
Quiroz, A.W. (2019). Historia de la corrupción en el Perú. Instituto de Estudios Peruanos.