Ayrton Armando Trelles Castro
atrellesc@unsa.edu.pe
La emoción es el impulso primero del pensamiento. La teorización del sentimiento de la época, genera la visión que sobre sí mima tiene la humanidad. Mediante esto es como se aprecia lo que acontece, en otras palabras, somos conscientes de la realidad con el pensamiento que se acondiciona para fundamentar formalmente lo que en la práctica se vive, porque por sí misma la vivencia no puede manifestar esa conciencia. Si no hiciera falta el pensamiento, tampoco haría falta estudiar la realidad con los diferentes saberes que se utilizan para tal fin.
El pensamiento, en tanto actitud filosófica, no tiene como objeto a la razón en sí misma, sino a la emoción, y a partir de ésta la reflexión tiene su impulso primero, porque no somos seres racionales, somos seres emocionales. “En el encauzamiento de las emociones tiene una parte importante la facultad racional, pero no para eliminar el afecto, sino para darle el sentido que conviene más a la vida, tanto individual como colectiva” (Camps, 2011,25).
A partir de esto, notamos que el pensamiento parte de la emoción, de lo que en su tiempo le brinda impulso a la razón. Sin embargo, sucede que cuando este momento es confuso, quiere decir que aún no se ha consumado los hechos, que hay un pleno proceso de creación, y si es así, hay que ir meditando la forma en cómo ocuparse de la emoción creativa, identificarla y pensar a partir de ese sentir. Ante ese reto, el contenido central del pensar es la crítica y ahí, la filosofía dialoga con su época y con todo aporte que intente pensarla, sea para refutarlo o considerarlo.
Decía Mariátegui (1972) que al filósofo-a le corresponde codificar las grandes gestas que emerjan de un determinado momento de la historia. Es decir, al pensamiento le corresponde reflexionar el hecho consumado. Hegel, en ese sentido, habla metafóricamente del Búho de Atenea, que alza su vuelo al atardecer, así como hace la filosofía, que cumple la función de pensar lo que ha acontecido (Salazar, 1988, p. 351), como si le tocase beber el néctar de la realidad, después que ésta floreció.
De tal manera que la labor trasnochadora de sistematizar el pensamiento, también puede ser una labor madrugadora de percibir el próximo paso que el ser humano dará en su andar haciendo el camino, como diría el poeta. La filosofía, entonces, puede dar testimonio tanto de lo que pasó, de lo que pasa y de lo que pueda pasar.
Salazar Bondy, acepta este hecho, sin embargo, acota que la filosofía también puede adelantarse. “Contra el veredicto del gran filósofo alemán, nosotros creemos que la filosofía puede ser y en más de una ocasión histórica ha tenido que ser la mensajera del alba” (1988, p. 351). De tal manera que la labor trasnochadora de sistematizar el pensamiento, también puede ser una labor madrugadora de percibir el próximo paso que el ser humano dará en su andar haciendo el camino, como diría el poeta.
La filosofía, entonces, puede dar testimonio tanto de lo que pasó, de lo que pasa y de lo que pueda pasar. La famosa Apología de Sócrates no es otra cosa que el ajuste de cuentas de un filósofo en defensa de su maestro, a quien su tiempo le dio la espalda, condenándolo a muerte. La advertencia de Platón es que eso puede volver a suceder. La historia del pensamiento demuestra que eso sucedió. La condena a Spinoza es el manifiesto de los que desprecian el filosofar, de los que maldicen al pensador y lo demonizan. Sin embargo, esa misma condena, a la par, es un halago, porque si fuera leída de otra forma, nos demostraría la fuerza del pensamiento, al cual ni la violencia ni el tiempo pueden derrumbar. Por eso es difícil pensar, porque cuando lo hacemos no partimos de la nada, sino que de alguna manera la tradición influye en la razón de nuestro tiempo y se proyecta, si en caso no es puesta en crisis.
El testimonio de la filosofía es el pensamiento que se compromete con algún sentimiento (pathos), que se coloca en algún bando de la historia e intenta legitimarse. Por lo general, esa legitimidad, históricamente es instrumentalizada para dar razones a la dominación. Al pensamiento oficial, de esta manera, se contrapone el periférico, que puede no ser filosófico necesariamente y que sin embargo utiliza la reflexibilidad filosófica, porque a partir de esa actitud “intenta reflexionar al interior de la subjetividad” (Bautista, 2005, p. 16) de una determinada época. Por esa razón, cuando Salazar Bondy ponía en el tamiz de la crítica el pensar de nuestra América, notaba su carácter imitativo, sin vitalidad creadora. Y esa poca vitalidad creadora demostraba la emoción de su época: un continente alienado, dominado, dirigido por gobernantes y plutócratas al servicio de las potencias de turno. A la par, su reflexión también mostraba que ante esa cosmovisión americana sobre sí misma, podía iniciarse la creación. Que la incomodidad ante la alienación, podía tornarse desalienante y constituirse en una razón propia.
De igual forma sucede con las tesis sobre la filosofía de la historia de Walter Benjamín. Sus tesis son la exposición cruda y consciente de lo que ocurre cuando el horror pasa de ser un estado de excepción a ser la norma. En el mismo sentido, podríamos decir, que la filosofía de la liberación constituye el parteaguas, donde el pasado, presente y futuro, quedan denunciados mediante el condicional “si”, lo cual significaría que, si en caso no se es capaz de pensar con conceptos y categorías propias, todo lo que pasó volverá a pasar y quizá peor de lo que fue. Ese parteaguas del pensamiento sugiere que el pensar propio, nacido de lo periférico, puede constituirse en una razón propiamente dicha, para cuestionar al pensamiento oficial y la justificación de su dominación. Porque, la dominación justifica filosóficamente su existencia, para que aquello que se ve no sea identificado como malo, sino que sea visto natural y ante ese hecho, no quede más que la resignación.
Resignarse a lo que se vive, en este caso, no poder sentir la posibilidad de otro mundo, constituye una creencia, porque somos nuestras creencias, como diría Ortega y Gasset. Ante la imposibilidad de imaginar otra realidad, debería haber un diagnóstico, el cual puede partir del mismo hecho, es decir, ¿por qué no podemos pensar en otra realidad? Porque, posiblemente, tan bien justificado está el pensamiento oficial que todo contrargumento, al no ser visto a la altura de sí mismo, sonaría a locura. Entonces, urge cambiar de conceptos y categorías con las cuales establecemos la interpretación de nuestra existencia.
Si no cambian esas ideas, la relación con la realidad no cambiará. Esto no quiere decir que el sentimiento de la época no pueda comenzar a hacer ese cambio. La relación dialéctica entre sentimiento y razón, cuando la imaginación no posibilita ver un más allá de lo que se vive, estarían atorados. Al igual que quien no piensa por sí mismo no puede ser autónomo, quien no siente por sí mismo no puede buscar su libertad. No podemos prestarnos el sentimiento, pero sí podemos sentir lo que nos es prestado, y conjugar ese sentir con el de otros, para dar testimonio de la incomodidad que genera una realidad deprimente y naturalizada, como tal, por la razón a la que le conviene esa percepción sobre nuestra realidad.
Identificar la emoción que nace de lo negado, de aquello que no es oficial y ante esa oficiliadad suena a locura, es la tarea y el reto urgente y necesario, para que la vida tome sentido, porque sólo tiene sentido, en estas circunstancias, para aquellos que se sienten cómodos con un mundo como en el que vivimos. ¿Cuál es la emoción de nuestro tiempo? Ésta, sospechamos, está regada, se desliza por cada saber y se manifiesta en él, por ejemplo, en la literatura, la religión, la misma crítica. Porque, como diría Aristóteles (2017), el ser al manifestarse de diferentes formas es pensado diferentemente, pero sigue siendo uno sólo manifestado diversamente. Por eso, la filosofía si pretende ser creadora, necesita embarrarse con ese barro de la historia de su tiempo, utilizar los instrumentos de la razón, para no estar ensimismada, autista, monodisciplinar, y pueda aportar con esa característica totalizadora a la creación de un mundo nuevo, siempre y cuando, tenga ese sentimiento creador, acompañado de aquello que emerge, efectivamente, de las grandes gestas o sienta, quizá, el estremecimiento de su mundo antes del acontecimiento.
Referencias bibliográficas
Aristóteles (2017). Metafísica. Plutón.
Bautista Segales, J. J. (2005). Crítica de la razón boliviana. Elementos para una crítica de la subjetividad del boliviano-latino-americano. Rincón/Grito del Sujeto.
Camps, V. (2011). El gobierno de las emociones. Herder.
Mariátegui, J. C. (1972). El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Amauta.
Salazar Bondy, A. (1988). “¿Existe una filosofía de Nuestra América?”, en Filosofía e identidad cultural en América Latina. (Jorge Gracia e Iván Jaksic, ed.). Monte Ávila Editores.