Benjamín D. Huisa-Cruz
bhuisa@unsa.edu.pe
Hace poco se reestrenó la película más taquillera de James Cameron, Avatar, del 2009, a propósito del próximo lanzamiento de su secuela. Significó una buena oportunidad para apreciar esta película de hace casi 15 años, que en su momento desató un amplio debate que hasta hoy se mantiene. Por un lado, quienes admiraron el uso innovador del 3D y CGI en la película como un avance cinematográfico y, por otro, aquellos que despotricaron contra el director y el nuevo giro que propició su película en el séptimo arte.
A pesar de ser la película más taquillera de la historia, nunca llegué a verla. Quizá por desinterés o porque se estrenó cuando mi acceso al cine era muy limitado. Sin embargo, recibí buenas referencias que me llevaron a darle una oportunidad a la película de los alienígenas azules que ofrecía una historia que no distaba mucho de World of Warcraft.
La película narra la historia de unos nativos de un planeta lejano llamado Pandora, quienes luchan por defenderse ante los invasores humanos que buscan destruir su mundo. Los nativos consideran sagrada la naturaleza con quien tienen una conexión directa. Los humanos, por su parte, cegados por la ambición desmedida, propia del capitalismo, buscan expulsar y destruir todo rastro de vida del planeta para extraer el mineral que generará millonadas de dinero para sus corporaciones. La película nos muestra paisajes exóticos, animales sorprendentes y escenas de acción que llegan a sorprendernos y conmovernos. Sin embargo, más allá de la gran producción cinematográfica, resalta el mensaje de fondo que ofrece como toda película de corte ecologista.
Los pueblos de los Andes y la Amazonía latinoamericana han venido resistiendo durante muchos años ante las “propuestas de desarrollo” de los diferentes gobiernos que menosprecian la cultura y la relación hombre-naturaleza de estas comunidades, calificándolas de “ciudadanos de segunda clase” que tienen “creencias” que van contra el desarrollo económico.
La película no es muy diferente a otras, por ejemplo, es muy parecida a Dances with Wolves (1990) donde en vez de indígenas sioux aquí vemos alienígenas en las mismas situaciones. No obstante, en cuanto la película va avanzando vas asumiendo la sensación de que las escenas ocurren mucho más cerca de lo que parecen, sientes que esta es una película filmada en Latinoamérica.
Durante la escena de la batalla entre los soldados humanos y los nativos alienígenas recordé aquella masacre cometida por el Gobierno Peruano contra nativos en Bagua y, vaya coincidencia, ocurrió el mismo año que se estrenó la película. La ficción no se aleja de la realidad, tomando en cuenta los innumerables casos de violencia ejercida contra aquellos que defienden sus tierras de la ambición capitalista.
Los pueblos de los Andes y la Amazonía latinoamericana han venido resistiendo durante muchos años ante las “propuestas de desarrollo” de los diferentes gobiernos que menosprecian la cultura y la relación hombre-naturaleza de estas comunidades, calificándolas de “ciudadanos de segunda clase” que tienen “creencias” que van contra el desarrollo económico. En la película los indígenas son alienígenas que, a pesar que en nuestro imaginario humano los concebimos como seres superiores, aquí los invasores los menosprecian por su relación con la naturaleza. Cabe resaltar que esta relación va más allá del desarrollo tecnológico (ninguna tecnología es capaz de revivir una vida o transferir almas de un cuerpo a otro). La metáfora que ofrece es entonces, lo incomprensible que puede resultar para nosotros desde nuestra visión citadina y occidental la relación hombre-naturaleza de los pueblos indígenas y que la intolerancia, al imponer políticas de desarrollo capitalistas, termina por destruir el medio ambiente, y, por ende, nuestra propia existencia.
Latinoamérica parece ser Pandora, el mundo donde sus habitantes resisten ante la constante destrucción de sus bosques. Según el último informe anual de la organización Global Witness, el 2020 fue el año más violento desde que empezaron a monitorear los asesinatos de líderes del medio ambiente. Se registraron 227 casos mientras que en 2019 la cifra fue de 212 (Portal Mogabay, 13 de setiembre de 2021)
¿Hasta cuándo resistirán los pueblos ante la masacre y exterminio de sus tierras por la máquina capitalista? Si no alzamos nuestra voz, muy pronto estaremos en una guerra por la supervivencia humana. Cuando la película termina, uno no siente el sabor de un final feliz; pues como en Dances with Wolves sabemos que seguirán viniendo “tantos como estrellas”.
Salí del cine con una tristeza en el pecho, no por los nativos na’vi de pandora; sino, por los miles de indígenas de Latinoamérica que mueren año tras año defendiendo sus tierras ante la indiferencia de las personas que también habitamos el mismo mundo. Una película para reflexionar sobre nuestra propia condición humana y la relación con nuestro medio como fuente de existencia.
Referencias
Portal Mongabay (13 de septiembre de 2021) “Latinoamérica sigue siendo la región más peligrosa para los defensores ambientales”. https://es.mongabay.com/2021/09/latinoamerica-asesinatos-defensores-ambientales-global-witness/