Kevin Helpy Montoya-Cruces
kmontoyacr@unsa.edu.pe
Los grandes misterios del hombre no se alejan de la realidad, no trascienden ni se dividen de nuestro entorno social. Los grandes misterios del hombre están mucho más cerca de lo que parecen, se encuentran tan entrelazados con nosotros, que ya los hemos interiorizado, se normalizan, y no logramos observarlos.
Poseemos una mente superflua, con una capacidad altamente desatendida de los problemas colectivos, debido al egoísmo antropocéntrico implantado en una sociedad individualista.
La educación actual no te educa para la colectividad, te educa para la sobrevivencia individual, te enseña básicamente con el “tú” y no con el “nosotros”. Es uno de los motivos por los cuales siempre tratamos de dividir absolutamente todo, cuando verdaderamente al hacer ello nos debilitamos y nos limitamos.
Siempre se escucha decir fervientemente que la competitividad genera mejoras en una sociedad, afirmación que es totalmente errónea, porque la competitividad genera individualismo y sobre todo egoísmo, ya que, en una competencia se necesita un perdedor.
La pereza e indiferencia de no centrase en los problemas latentes y propios de nuestra comunidad son causa argumentada de la labor que desempeña una educación individualista competitiva, ya que nos desliga de proponer soluciones conjuntas a nuestros problemas y de esta manera traen consigo un mundo plegado de injusticias.
La vida y la convivencia no necesitan de un ganador y un perdedor. La vida misma necesita la unificación de todo ser existente en nuestra casa terrestre, casa que nos alberga desde hace millones de años y no sabemos cuidar.
Una educación que eduque para la colectividad, generaría ciudadanos prestos a desempeñar funciones de unidad y hermandad. No solo entre ciudadanos, sino también con todo ser existente en nuestra realidad, para la vida misma.
Nos encontramos en una lucha por la sobrevivencia, al parecer nos quieren devolver a un estado de naturaleza salvaje en el que, solo el más fuerte sobreviva. Pensamos que no podemos hacer nada, y que de manera estoica debemos esperar a que suceda todo y aceptarlo. Pensamiento que debe de erradicarse, pensamiento implantado por la individualidad interiorizada de una educación competitiva. Si no unimos nuestros corazones jamás lograremos avanzar como sociedad.
Leonardo Boff (2016) aseveraba que debemos de disponer el corazón para el cuidado, es lo que hace al otro importante para nosotros. Él sana las heridas pasadas e impide las futuras. Quien ama, cuida y quien cuida, ama.
La pereza e indiferencia de no centrase en los problemas latentes y propios de nuestra comunidad son causa argumentada de la labor que desempeña una educación individualista competitiva, ya que nos desliga de proponer soluciones conjuntas a nuestros problemas y de esta manera traen consigo un mundo plegado de injusticias. Motivo por el que debemos de optar por una educación colectiva, unificada por el corazón.
Corazón que genera pensamiento con gran capacidad sensitiva, porque al hablar de pensamiento, casi siempre pensamos que debe de otorgársele a nuestra inteligencia fría que trata de comprender y resolver todo. Debe de entenderse que no existe un razonamiento estructurado de comprensión de la realidad sin emoción.
Si seguimos pensando que los misterios y/o problemas de nuestra realidad, nos son indiferentes, es por la interiorización de la individualidad, esta individualidad se hace presente en nuestra vida diaria a tal punto que nos sentimos inferiores al pensar soluciones para nuestra vida.
Pero es momento de cambiar esa mentalidad, liberarnos de ese pensamiento competitivo egoísta y empezar a pensar colectivamente, unificando nuestros corazones. Me atrevería a afirmar que debemos de empezar a “pensar con el corazón”, pensar desde nuestra emoción, desde nuestra sensibilidad, para así lograr la unificación de la vida y tener una sola voluntad.
Referencias bibliográficas
Boff, L. (2016). “Diez derechos del corazón”. Extraído de: https://leonardoboff.org/2016/02/27/diez-derechos-del-corazon/