Alonso Emilio Castillo-Flores
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Los grandes poderes reales y sus títeres del gobierno encabezado por la señora Boluarte han manchado nuestra tierra con sangre campesina, con sangre indígena, con sangre combativa. Tienen las manos sucias, y negra la consciencia. Circulan las grabaciones de las madres destrozadas por la muerte de sus hijos, de los funerales con lamentaciones desgarradoras y los disparos a quemarropa in situ. El cobarde gendarme de este sistema opresor ha apretado el gatillo contra los más empobrecidos y mejores hijos del pueblo. Ayacucho, “rincón de muertos”, en nuestra lengua ancestral, a punto de ser olvidada. Ayacucho, tierra heroica que parió la última batalla para sellar la independencia americana sobre España.
Desde la colonia los nativos hijos de esta Tierra no eran considerados seres humanos, Juan Ginés de Sepúlveda: el máximo defensor de la desalmada teoría de que los “indios” no tienen alma. La Batalla de Ayacucho y la Independencia no sepultaron la práctica colonial, a inicios de la Republica no eran ciudadanos quienes no sabían leer o escribir en español, y quienes no tenían propiedad ni profesión. Véase la primera Constitución del Perú. Hoy esta nefasta ideología sigue viva, arremete y mata. La Constitución actual contempla como derecho fundamental la vida y la integridad de la persona humana. Pero, para ellos, la “persona humana” es, ante nada, el gran “emprendedor”, el que ha triunfado en la vida, el blanco de la capital, el de apellido compuesto, el vecino de residencial vigilada.
La veintena de vidas que se está yendo no es para ellos vida, y no lo es para sus acólitos, repetidores, mermeleros, voceros, mercenarios y lacayos. El capital vale más que la vida en este país. Lloran por las instalaciones quemadas, lamentan los saqueos, condenan los daños a la propiedad privada, pero callan cobardemente ante el asesinato de sus hermanos y compatriotas. No los creen así, ellos son “subhumanos”, “bárbaros”, “cholos”, “vándalos”. Nunca comprendieron de dónde nace la delincuencia barrial, de que hay lugares sin policía ni hospitales ni escuelas. Ciegos y tuertos, no saben que la policía tiene un aparato tan perverso, que sus grupos “terna” se infiltran en las marchas para hacer desmanes y desacreditar la lucha justa.
Sí, los expropiadores serán expropiados, pero los primeros lúmpenes tienen casco y galones o van con camisa y corbata al parlamento. Al hombre que quiso representar al pueblo postergado, el profe chotano, la élite acriollada le achacó su propios vicios lumpenezcos y lo enmarrocaron. El pueblo indignado salió en protesta. Castillo no será invicto ni preclaro, pero al lado de milenarios delincuentes cualquiera es santo, y ante los ojos de muchos postergados, él es uno de ellos.
El capital, el dinero, y los bienes no producen vida, solo ayudan a reproducirla. Solo se produce vida humana a través de la vida humana. Nada es superior a la vida de nuestros hermanos. El ser supremo del humano es el ser humano. Pero para las fuerzas sanguinarias que dominan este país, su ser supremo es la prebenda, el sueldazo, la coima, el poder, el monopolio, el todopoderso mercado. ¡Que no invadan los supermercados, templo del divino capital moderno! Veneran la plata mientras abalean a los chancas y cercenan las cabezas de nuestros paisanos en el interior.
Llora la Tierra en los ojos de las mamitas con polleras, de las vecinas que ven destruidas su olla común, de los ambulantes a los que les arranchan sus frutas y sus hijos. Pero nunca olvidemos que de la tierra del rincón de los muertos sale la flor de la retama, que las lágrimas de los deudos riegan los campos, que surge la esperanza nacida de la indignación. Despiertan los hijos de esta patria que saben que la sangre derramada jamás será olvidada, que los amantes de la paz y la democracia en el Perú y el mundo les darán su mano de solidaridad, que ni cien traiciones de las “izquierdas” y los “nacionalismos” falsos mellan el espíritu implacable de los más convictos y combativos, tercos mártires del Perú. La tierra está llorando, y la Patria seguirá luchando.