Armando Trelles-Castro
atrellesc@unsa.edu.pe
La democracia peruana está putrefacta. Su crisis y descomposición son relativas al cinismo con el que la clase dominante trata de legitimarse en el poder. Como si se tratase de una ficción orwelliana, ahora la palabra paz significa guerra y la defensa de los derechos humanos consiste en atropellarlos al momento de negar el derecho a la vida como valor supremo.
Las palabras tienen razones y las razones se pronuncian en palabras. La razón de la democracia moderna es creer que llamarse así implica que lo sea. Sin embargo, la institución democrática está regulada por los intereses del mercado total. Ante la totalización del mercado, el daño a la propiedad privada vale más que la muerte de un individuo. Y para justificar la represión y la muerte de las personas, se demoniza a quienes reclaman la democratización de la sociedad.
Anteponer los intereses del mercado en el nombre de la libertad del género humano, es la forma que ha adoptado la institución democrática. Sacrificar vidas humanas en nombre de esa concepción de libertad por el bien del género humano, es cinismo cruel y represivo. Es cínico porque la base de la democracia es la vida del pueblo, negarle su legitimidad es negarse a ella misma. No obstante, esa inversión de los valores democráticos es pan de cada día.
Desde Jacobo Árbenz, quien fue acusado de comunista y derrocado, hasta Salvador Allende, presidente socialista enraizado a las tradiciones de su pueblo. Quienes no vean en la descomposición de la democracia peruana similitud con los casos históricos que acontecieron en el continente, no ha entendido que la historia de la democracia es la historia de quienes lucharon, fueron perseguidos y murieron en nombre de la democracia y la justicia social, porque una implica a la otra. Si se excluyeran ninguna sería lo que dice ser.
La reivindicación del respeto a la soberanía popular es prioridad en un sistema verdaderamente legítimo. Negar ese respeto es razón necesaria de aquellos que tienen el poder y lo utilizan como arma de dominio. Las tenciones por igualdad de oportunidades, acceso a los bienes básicos de la vida y justicia social, no se comparan al peso que existe cuando el pueblo percibe que su voluntad no se respeta y que la represión de su lucha por hacer valer su voz y voto, engloba todas las tensiones en una sola. En otras palabras, ocurre un impostergable combate político entre dos bandos: el pueblo soberano contra quienes le arrebatan el poder.
El surgimiento de la derecha extrema a nivel mundial es paralelo al surgimiento de la soberanía popular. Cada vez las masas se juntan en grandes porciones de la población que ven necesaria su participación en el gobierno para que su bienestar sea trabajado e instituido desde el Estado. Que en la búsqueda de su participación existan momentos de oportunismos y, así, los representantes del pueblo quieran conciliarse con quienes desprecian la soberanía popular, escapa a los deseos del pueblo en la lucha por democratizar la sociedad. Situaciones similares son posibles hasta en textos religiosos. El libro bíblico de Jueces es un ejemplo. Cuando se busca un representante que no es parte de la tradición popular, esto quiere decir, de sus luchas, anhelos y deseos, no sentirá lo que el pueblo en su conjunto siente y terminará colocando a todos en servidumbre y opresión.
La extrema derecha sabe bien qué implica el respeto a la soberanía popular. Significa para ella la conversión del Estado y de sus instituciones. Asimismo, la pérdida del control de esas instituciones y la destrucción de las capas oligárquicas formadas en el seno de una sociedad que aceptó pasivamente el pisoteo a su voluntad. Tendrían que ser muy ingenuas si aceptasen una expresión así por más mínima que sea. Esa es la condena de los pueblos de América. Desde Jacobo Árbenz, quien fue acusado de comunista y derrocado, hasta Salvador Allende, presidente socialista enraizado a las tradiciones de su pueblo. Quienes no vean en la descomposición de la democracia peruana similitud con los casos históricos que acontecieron en el continente, no ha entendido que la historia de la democracia es la historia de quienes lucharon, fueron perseguidos y murieron en nombre de la democracia y la justicia social, porque una implica a la otra. Si se excluyeran ninguna sería lo que dice ser.
Ver la descomposición de la democracia peruana significa identificar en ella las carencias de su sociedad. Eso no quiere decir que todos los peruanos sean así, al contrario, se busca denunciar en lo peor de su idiosincrasia el reflejo de la política dominante. Para que al verse el ciudadano inmerso en su sociedad considere, desde lo profundo de su ser, la necesidad de cambiarla. Porque, para mal suyo, de lo peor de la sociedad se construye un tipo de política conforme a una democracia vaciada de contenido. Por eso se enumera algunas características identificables en la democracia peruana:
En primer lugar, es informal siendo formal. Es informal porque cuando la oligarquía nacional lo desea, se olvida de la Constitución que defiende, y es formal porque el atropello a la soberanía popular lo hace ocupando instituciones clave con el fin de legitimar legalmente la legalidad de sus injusticias.
En segundo lugar, es antipopular apelando a la popularidad. Su anti-popularidad se refleja en el desprecio a las naciones que conforman el país, tratando de gobernar un pueblo plural, con varios matices, desde una idea rígida, capitalina y alejada de la situación real de las comunidades que la integran.
En tercer lugar, es apolítica siendo política. Desde los aparatos comunicacionales, sobre todo privados, se hurga las cabezas de los ciudadanos al demonizar la política, sin embargo, apelar a esa demonización es tratar de castrar la participación de su pueblo en los asuntos gubernamentales. Aprovechando ese vacío, aparecen el tipo de político que le calza bien a los intereses de las minorías peruanas, que han hecho de todo por construir una democracia aparente. Mejor dicho, una democracia a su imagen y semejanza.
En cuarto lugar, odia lo nacional fingiendo ser nacional. Sólo tiene valor para ella todo aquello que la oligarquía pueda explotar. Así sólo ama al país, cuando produce para algunos la base de sus riquezas. Cuando las costumbres y tradiciones se traducen en el aumento de su patrimonio. Sin embargo, olvidan que el habitante de estas tierras es quien las hace, y cuando quiere acceder al banquete que se organiza a costa de su ser y existencia, simplemente percibe que ni siquiera ha sido invitado.
La democracia evoluciona a la par de las necesidades satisfechas de su pueblo. Si se estanca se pudre, y si se defiende represivamente esa parálisis, significa que está descompuesta y debe de transformarse desde las luchas de su pueblo por el respeto a su soberanía. La democracia avanza porque el pueblo avanza y es más democrática cuanto este se siente más representado. Y más aún, cuando no tiene que sacrificar ninguna vida en aras de su democratización.