Benjamín David Huisa-Cruz
bhuisa@unsa.edu.pe
A mis hermanos matziguenkas
que resisten en Madre de Dios
Nuestro cielo se ha cubierto de oscuro
de eternas plegarias que suben desde la tierra
como vapor de aguas sucias, como dolor de almas negras.
Todas las quejas llegan al cielo, y la luna se cubre roja, roja como la sangre
de nuestros hermanos caídos, roja como la madera de la Caoba.
Nosotros estuvimos desde antes
desde siempre.
La luna se oculta porque calla nuestra pena, nuestro sufrir, nuestro dolor
y nuestra falsa alegría
¡Oh luna! ¡Tú sabes!
Tú sabes lo que pasamos en esas noches, cuando huíamos como águilas arpías.
Cuando el hombre blanco nos quitó nuestra selva
Nos quitaron todo,
nos despojaron de nuestros valles
Y se llevaron nuestras riquezas,
nuestra tierra.
Tú estuviste esas noches enteras de desvelo, buscando como ocultar nuestra alegría
Para que no nos la arrebaten.
Nuestras flechas perdieron el filo de su punta. Sus armas de fuego
penetraron y quebraron nuestros huesos, morimos juntos en nuestros montes,
al pie de una lupuna.
chullachaki proteja nuestros hijos, nuestros viejos, nuestras casas
a orillas del amazonas, del marañón, del Huallaga, del Ucayali,
del Madre de Dios.
Nuestras lenguas se olvidaron y a nosotros también
Pero nuestra sangre sigue en nuestras tierras, impregnada a la Shiringa
y al jebe de vuestras llantas, porque nuestra sangre es eterna
Es como el gritar de los guacamayos, triste como el canto de una voz indígena
Y yo soy esa voz que canta desde lo profundo del monte
Soy la voz de los aborígenes sin tierra,
de los esclavos del caucho, de los muertos en Bagua, de los marginados de la selva
Mi voz no calla, ni puede ser censurada
Mi voz es un canto,
un canto de la selva.