Jaime Araujo-Frias
jaraujof@unsa.edu.pe
Dedico esta breve reflexión a la memoria de los compatriotas asesinados por la dictadura del gobierno de Dina Boluarte, y a todos los que luchan por un país donde los justos no sean perseguidos por la ley.
Los seres humanos no existimos, sino que coexistimos: sólo podemos existir coexistiendo. En otras palabras, nos realizamos en relación con los otros. En este sentido, la política entendida como la gestión del bien común en común es una de las formas más importantes de coexistencia, y una actividad que podemos ignorar, pero jamás evitar. La política como toda forma de coexistencia presupone, inevitablemente, enfrentar y resolver problemas. Para tal efecto, el ser humano se ha servido de herramientas, que son posibilidades que amplían el campo de acción del ser humano.
Las herramientas pueden ser de naturaleza física, mental o social (Marina, 2021). Pongamos algunos ejemplos: dentro de las herramientas físicas tenemos el hacha; dentro de las mentales tenemos a los números; y dentro de las herramientas sociales tenemos a la protesta popular. El objetivo de esta columna es plantear de manera muy breve, que la protesta social es la herramienta más eficaz que tiene el ser humano para resolver los problemas que aparecen en el campo político, vale decir, en la gestión del bien común en común. Veamos por qué.
Como vemos, los problemas relacionados a las libertades, la esclavitud y las 8 horas de trabajo, no se resolvieron por la pluma de algún jurista o filósofo compasivo, sino por el sudor y la sangre de hombres y mujeres que se rebelaron contra el supuesto orden de su tiempo.
La historia es la experiencia práctica de cómo los seres humanos hemos resuelto nuestros problemas que aparecen en la coexistencia a lo largo de la historia (Marina, 2021). Y la experiencia, como es sabido, es una de las fuentes principales de conocimiento. De manera que, mal podríamos estar gestionando los destinos de nuestro país si no echamos mano de nuestra historia, mejor dicho, de nuestra experiencia práctica. Para ilustrar de mejor manera lo que pretendo mostrar, acudiré a tres hechos concretos que cambiaron la historia de la humanidad.
En primer lugar, la primera Constitución escrita en el mundo (denominada también Carta Magna o Carta de las libertades) fue producto de una gran revuelta contra la monarquía, y tuvo lugar en Inglaterra, en 1215. En segundo lugar, la abolición de la esclavitud fue producto de grandes revueltas contra las leyes e instituciones que lo justificaban. Entre ellas, las revueltas de los esclavos en Santo Domingo en 1791, la sangrienta guerra civil estadounidense en 1865 o los disturbios para terminar con el apartheid sudafricano en 1994. Y, en tercer lugar, el derecho a las 8 horas de trabajo fue el resultado de permanentes revueltas y protestas sociales en varias partes del mundo. Una de las más conocidas ocurrió en Chicago en 1886, en la que un grupo de trabajadores fueron ejecutados por reclamar 8 horas de trabajo.
Como vemos, los problemas relacionados a las libertades, la esclavitud y las 8 horas de trabajo, no se resolvieron por la pluma de algún jurista o filósofo compasivo, sino por el sudor y la sangre de hombres y mujeres que se rebelaron contra el supuesto orden de su tiempo. En el siglo XVIII Jhering constató que “Todo derecho en el mundo debió ser adquirido mediante la lucha” (2018, p. 49). En apoyo de esta tesis, en la actualidad, el filósofo Baggini (2012) sostiene que la protesta ha hecho avanzar a la sociedad y ha posibilitado la abolición de la injusticia sistemática. El historiador Weitz (2021) comprueba que todos los avances en materia de derechos humanos han sido el fruto de revueltas populares. Y el economista Piketty (2021) demuestra que el progreso a la igualdad no se logró mediante las instituciones legales, sino a través de luchas y rebeliones contra la injusticia.
Finalmente, con base en lo antes expuesto, es razonable concluir, de manera provisional, que el reconocimiento y garantía de los derechos depende del reconocimiento y garantía de una herramienta previa, que Arendt (1998) bautizó como “el derecho a tener derechos” (p. 247), y que una de sus manifestaciones es la protesta popular. La cual a lo largo de la historia no solo ha mejorado el conocimiento y la práctica de los derechos, sino que, como hemos visto, la historia de los derechos es la historia de las protestas populares. De manera que, en definitiva, se puede decir que todo intento de impedirla o criminalizarla es, en el fondo, un intento de negar y criminalizar el derecho a tener derechos.
Referencias bibliográficas
Baggini, J. (2012). La queja. De los pequeños lamentos a las protestas reivindicativas. Paidós.
Arendt, H. (1998). Los orígenes del totalitarismo. Taurus.
Jhering, R. V. (2018). La lucha por el derecho. Dykinson.
Marina, J. A. (2021). Biografía de la inhumanidad. Historia de la crueldad, la sinrazón y la insensibilidad humanas. Ariel.
Piketty, T. (2021). Una breve historia de la igualdad. Deusto.
Weitz, E.D (2021). Un mundo dividido. La lucha global por los derechos humanos. Turner.