Por el reconocimiento real e intercultural de los marginados

Elvis Mendoza Mendoza

elvismmm23@gmail.com

Actualmente atravesamos una de las crisis políticas de mayor impacto que desnuda no solo las debilidades del sistema democrático vigente, sino también los groseros prejuicios de quienes se creen los únicos herederos de la élite gobernante, que persisten en mantener el estatus quo para tener al país enfermo y en cuidados intensivos, sin escuchar ni permitir propuestas de cambio de quienes luchan para rescatar a este país desde la raíz de su enfermedad, desde las profundidades y desde todas las voces de su pueblo.

Es evidente que los impactos de esta crisis no solo se manifiestan en lo político, sino que está interrelacionados con lo económico, social y cultural, ya que sus víctimas por lo general son víctimas de la desigualdad, estos son los pobres, los silenciados, los marginados. Así, los más desfavorecidos tienen poco espacio de participación en la deliberación sobre asuntos públicos, no gozan equitativamente de la redistribución de la riqueza del país, es limitado su acceso a los servicios básicos y al ejercicio de sus derechos, y son relegados por la cultura hegemónica por sus usos, sus costumbres y sus saberes.

En el presente escrito manifestamos nuestra comprensión de esta crisis desde el aspecto étnico-cultural, con el fin de seguir intentando visibilizar las injusticias que sufren las víctimas, hecho que impune y descaradamente el poder y sus medios de comunicación pretenden silenciar y criminalizar, por venir de voces distintas a las suyas.

En tal sentido, partimos nuestra reflexión en torno al siguiente interrogante: ¿Es posible el cambio, a través de una nueva constitución, sin el reconocimiento real de nuestra diversidad, sin escucharnos entre las diferentes voces de cambio, y lo peor, silenciando las voces reivindicativas que, a su vez, son víctimas y claman justicia?

Consideramos que esta problemática relacionada a lo étnico-cultural, relativas a la desigualdad y marginación de la cultura hegemónica hacia las subalternas, no se debe a falta políticas interculturales, ya que estas abundan en su dimensión jurídico-declarativa, sino que están mal orientadas. Estas políticas vigentes (o de hecho) no están pensadas para atacar o corregir las causas sino solo para modificar sus efectos o, si se quiere, solo para corregir las consecuencias del problema de conflictos culturales que se dan, por lo general, en condiciones asimétricas. Relaciones asimétricas de las cuales estamos siendo testigos, y algunas víctimas de los operadores políticos con arraigo al monoculturalismo hegemónico que imponen con violencia una forma de entender, sentir y hacer la realidad.

Así, los más desfavorecidos tienen poco espacio de participación en la deliberación sobre asuntos públicos, no gozan equitativamente de la redistribución de la riqueza del país, es limitado su acceso a los servicios básicos y al ejercicio de sus derechos, y son relegados por la cultura hegemónica por sus usos, sus costumbres y sus saberes.

En tal sentido, para reorientar las políticas interculturales debemos partir de lo primero, esto es, reconocer y reconocernos como tales, sin ignorar la realidad, e incluso, nuestras realidades; es decir, sin ignorar ni forzar en simplificar nuestra compleja diversidad, realmente existente. Creemos que, de esta manera, recién podemos aspirar a convivir en democracia, que implica convivir participando y reconociendo nuestras diferencias, pero también forjando proyectos comunes y comunitarios. Esto, además, exige un sujeto no pasivo, sino activo (participante) y dialogante. Por ello, toca reflexionar brevemente acerca de dos categorías: reconocimiento y diñalogo intercultural. Examinemos por ahora solo la primera.

Con el concepto de reconocimiento nos referimos a aquella acción en el cual se distingue al otro respecto de otros, acción en que se identifica no solo como sujeto de derecho o con derechos (y deberes), sino también sujeto con identidad e historia. Pero ninguna identidad e historia de vida de las personas se construye aisladamente respecto de otros (o de su entorno), dado que toda construcción de identidad e historia se da en relación con su entorno, una relación de convivencia con los otros. Por tanto, el reconocimiento del otro (o con los otros) debe ser necesariamente contextual, es decir, reconocer como sujeto con biografía e identidad que se construye relacionalmente, que no es aislado respecto de su entorno.

Al respecto Fornet-Betancourt (2014) nos recuerda que antes que nosotros empecemos actuar en el mundo, otros (los que nos cuidan, nos alimentan, nos enseñan, etc.) ya están actuando sobre nosotros. En tal sentido, debemos comprender que la identidad es relación, ya que “cuando digo ‘yo soy este’, en realidad estoy diciendo ‘yo soy también lo que los otros en sus relaciones han puesto en mi’. […] Nosotros no podemos afirmarnos sin afirmar la acción de los otros” (p. 19). Cuando afirmamos nuestra identidad respecto de otros, implícitamente también estamos reconociendo y afirmando la acción de otros que han intervenido en nosotros, ya que nos desarrollamos en relación con nuestro entorno. Asimismo, reconocer al otro necesariamente implica reconocer su identidad que se desarrolla en relación a su entorno, es reconocer la historia y la voz del otro sin intervenir (o manipular) su esencia, para afirmarla y no para silenciarla, menos para usarla como un medio.

El reconocimiento es fundamental, a su vez, para nuestras identidades. Al respecto, Taylor (2009) sostiene que, “nuestra identidad se moldea en parte por el reconocimiento o por falta de este; a menudo, también por el falso reconocimiento de otros”, dado que la falta o el falso reconocimiento hacia uno o hacia un grupo puede acarrear un verdadero daño y sufrir una verdadera deformación. Cuando el otro (u otros) expresa su falta o falso reconocimiento, cuando se muestra limitado hacia sí mismo o hacia los demás, cuando el reconocimiento no es real, se convierte deformativo o degradante hacia sí mismo y hacia los demás.

En tal sentido, consideramos que el acto de reconocimiento es fundamental para iniciar y forjar el cambio, y, además, con ello lo que se busca es superar el conflicto y la polarización de forma más real y sostenible razonablemente en el tiempo.

Referencias Bibliográficas

Fornet-Betancourt, R. (2009). En torno a la cuestión del concepto de cultura. En S. Oloskonka y J. J. Obando (Eds). Interculturalidad crítica y descolonizacón. Fundamentos para el debate. (pp. 167-183). Instituto Internacional de Integración.

Taylor, C. (2009). Emulticulturalismo y «la política de reconocimiento». Fondo de Cultura Económica.

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