Pensamiento crítico desde América Latina

Alonso Emilio Castillo-Flores

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El ser humano solo puede vivir en la Tierra produciendo y reproduciendo la vida, para esto es necesario el trabajo y otras actividades cotidianas. Nosotros no podemos realizar un trabajo ni actividad alguna sin pensar, sea consciente o inconscientemente. Muchas de las tareas cotidianas requieren velocidad y es mejor si las pensamos de forma inconsciente, pero algunas otras requieren de mayor consciencia. Esa consciencia depende de nuestras experiencias y de nuestro lugar en la sociedad y en la Tierra. El pensamiento es situado, y se desenvuelve históricamente en el espacio y tiempo del ser humano.

El estudio en las ciencias y la filosofía, exige que el pensamiento sea más autoconsciente, es decir, requiere pensar el pensamiento mismo. Nuestra dimensión natural hace que el pensamiento y nuestro cerebro a veces nos engañen, como nos engañan nuestros sentidos. El “sentido común” es un nivel elemental de pensamiento, el “buen sentido” es un nivel más elevado, porque es crítico, más pensado (Gramsci, 2003, p. 328).

Gracias al “buen sentido” y el pensamiento crítico hemos avanzado de la técnica a la tecnología, de la geometría plana a las geometrías no planas, de la lógica clásica a las no clásicas, de la mecánica clásica a la mecánica cuántica, de las ideas modernas a las transmodernas, etc. Ninguno de estos nuevos productos obedece al “sentido común”, o al pensamiento acrítico.

El pensamiento crítico se suele definir como el pensamiento cuidadoso dirigido a un objetivo (Hitchcock, D., 2022) o como un conjunto de estrategias para liberarse de decisiones emocionales y sesgadas hacia una consideración racional de nuestras acciones y creencias (Rutherford, 2019). El pensamiento crítico exige, entonces, reevaluar nuestros propios pensamientos, que suelen estar de acuerdo a lo que nos gusta pensar, según nuestras costumbres o creencias religiosas, políticas, morales, etc.  

De manera que el pensamiento crítico es más crítico cuando es más radical, radical no en el sentido de “extremo”, sino de aquello que apunta a la raíz de los problemas más serios. Basta decir que no puede haber pensamiento crítico en alumnos mal alimentados o con hondos problemas emotivos o cognitivos.

El pensamiento crítico ha existido hace mucho tiempo, incluso en los mitos, religiones y sabidurías locales, en la poesía, el canto y los proverbios, siempre que hayan sido renovadores o revitalizadores. La filosofía, cuando ha sido realmente filosofía, ha sido evidentemente crítica y prueba de ello es la Crítica de la razón pura de Kant y todos los títulos homónimos que no lo tengan de adorno. El término de “pensamiento crítico” (critical thinking) tiene sus raíces en la praxis pedagógica estadounidense de la mano de John Dewey, Edward Glaser, Benjamin Bloom, Robert Ennis, etc. (Hitchcock, D., 2022), y luego ha sido difundido en casi todo el mundo por la presencia de los EE.UU. en la academia y la alta cultura, por su gran extracción y producción de conocimientos.

El pensamiento crítico es evidentemente autocrítico, y asimilar los productos académicos extranjeros sin historizarlos, es decir, sin hacer un examen de sus alcances y limitaciones en espacio y tiempo, simplemente es un ejercicio acrítico. Gran parte del pensamiento estadounidense y occidental en general caen en el mito de la racionalidad como acto todopoderoso o, lo que es peor, como fin en sí mismo. Las neurociencias, cuyos centros institucionales se encuentran en Europa y sobre todo en los Estados Unidos corren el mismo destino, pese a ser hoy imprescindibles para conocer el pensamiento y el pensamiento crítico mismo. A nosotros, los “latinos” nos es de vital importancia examinar esto porque los EE.UU. son la América-otra que no es nuestra, mientras que América Latina es Nuestra América que las élites de esa América-otra creen suya.  

Es en Latinoamérica, donde de la mano del pensamiento decolonial y la filosofía de la liberación, el pensamiento crítico adquiere otros contornos, porque América Latina tiene mayor necesidad de pensar sus propios problemas sociales, políticos, ideológicos, etc. dado que sus dificultades son mayores. El pensamiento crítico es crítico cuando es más profundo, no es lo mismo pensar críticamente mis ideas estéticas que usar las herramientas críticas para una revolución científica, por ejemplo.

Así, el pensamiento crítico es realmente crítico cuando es más relevante, y es más relevante cuando atiende a los problemas más apremiantes no solo de mí sino del mundo en que vivimos. El pensamiento es imposible sin la vida, y la vida sin este mundo, el mundo humano, y el pensamiento puede desaparecer porque está en peligro la vida misma y el propio mundo, que en un momento parecía que era infinito, inacabable (Bautista, 2014, pp. 75-86). De manera que el pensamiento crítico es más crítico cuando es más radical, radical no en el sentido de “extremo”, sino de aquello que apunta a la raíz de los problemas más serios. Basta decir que no puede haber pensamiento crítico en alumnos mal alimentados o con hondos problemas emotivos o cognitivos.

El pensamiento crítico, entonces, es capaz de dejar atrás mitos que impidan o entorpezcan la producción y reproducción de la vida. No se trata de hacer una negación total o nihilista de algo, no se trata de rechazar sin más lo extranjero, sino de apropiarse de todo lo relevante y pertinente para el ser humano y evaluarlo de manera crítica en favor del ser humano mismo.

Referencias bibliográficas

Bautista Segales, J. J. (2014). ¿Qué significa pensar desde América Latina? Akal.

Gramsci, A (2013). Antología. Akal.

Hitchcock, D. (2022). «Critical thinking». Stanford Enciclopedia of Philosophy. https://plato.stanford.edu/entries/critical-thinking/  

Rutherford, A. (2019). Neuroscience and critical thinking. Kindle.

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