Lucas Pilco Prado
lpilcopra@unsa.edu.pe
Bocinazos, improperios y gritos acompañados de un clima bipolar, que tiene sin definir aún, una identidad climática; así amanece Arequipa hoy sábado 03 de junio. Esta vez los protagonistas no son los majestuosos sillares sino las impersonales calles arequipeñas, un testimonio vivo de la decadencia nacional retratada en el caos vial.
Esta vez los protagonistas no son los majestuosos sillares sino las impersonales calles arequipeñas, un testimonio vivo de la decadencia nacional retratada en el caos vial.
Pero, ¿cuál es la necesidad de discutir sobre el tránsito de la fidelísima? Bueno, en primer lugar, el congestionamiento vehicular se posiciona como una alteración del orden social, un peligroso e incómodo coágulo que impide el adecuado desarrollo humano.
En segundo lugar, en el devenir de las actividades al interior de la ciudad no son pocas las oportunidades en las que la desidia se impone sobre el cumplimiento de las normas de tránsito provocando alborotos, accidentes o incluso la muerte.
¿Acaso el ímpetu de los conductores o la imprudencia de los peatones tiene un trasfondo cultural que hasta el día de hoy no se ha podido exponer? Pareciera que sí y son dos factores los que al unísono son culpables de los sinsabores diarios de muchos ciudadanos. A continuación, me atreveré a desarrollar estos con el fin de propiciar la reflexión acerca de su naturaleza social.
El daño social que origina la “viveza peruana” es incalculable, pero puede explicarse con la desestimación de la valía de los demás al posicionar al sujeto que se cree vivo como superior por ese acto de “astucia” que en realidad es de estupidez.
Sobre la viveza
Quisiera escribir sobre cada “vivo” que he encontrado detrás de un volante, sobre cada persona que creyendo que le sacaba la vuelta a una situación que parecía infranqueable solo ha perforado el hígado social y dejado boquiabiertos a los testigos de su actuar, acongojados por un estado de alerta propio del insomnio. Ahora bien, esta viveza no puede entenderse como astucia o muestra de capacidad intelectual, al menos en el Perú no. Aquí las acepciones de la viveza se refieren todas al incumplimiento de las normas (legales o sociales), y al rechazo del deber ser común a cada ciudadano, que en condiciones ideales, pretende desenvolverse o interactuar en comunidad.
La viveza es un vástago indeseado, un zángano ante ojos diligentes, que tiene un componente absolutamente subjetivo y es que aquel que se cree “vivo” no lo es, y como resultado termina haciendo una tontería digna de un completo mentecato. El peruano “vivo” es una construcción que se nutre o es símil directo de lo que Ramón León (2021) toma como criollada, entendida como “una conducta que atenta contra normas éticas y que en muchos casos llega a ser un delito” (p. 42). En otras palabras, la viveza peruana vuelca contra todo el plano de conducta que se espera del otro ya sea dentro o fuera de las pistas.
El daño social que origina la “viveza peruana” es incalculable, pero puede explicarse con la desestimación de la valía de los demás al posicionar al sujeto que se cree vivo como superior por ese acto de “astucia” que en realidad es de estupidez. La viveza es madre de idiotas que se juran genios, y que en esa abstracción fantástica de un status intelectual mayor a los que los rodean, terminan haciendo menos o vilipendiando a gente precavida, el problema es que parte de esta gente cuidadosa ve que hay una desventaja en ser “correcto” y se adhieren al grupo de ciudadanos que prefieren “hacerla que deshacerla”. Ante esta encrucijada del recto obrar el Sócrates platónico diría, “yo no querría ni lo uno ni lo otro. Pero si fuera absolutamente preciso cometer una injusticia o sufrirla, preferiría sufrirla a cometerla”. Véase que es en ese padecimiento voluntario en donde se encuentra la respuesta al cambio que necesita esta sociedad.
La ley del vivo es contraria a todo derecho, por ello merece el máximo reproche y no el asombro de la gente, pues no hay nada de admirable en “joderle” el día a los demás. Seguidamente pasaré a mencionar algunas actitudes de manejo que son propias de los llamados vivos como pasarse la luz roja, acelerar al máximo apenas se asoma el ámbar del semáforo, surcar entre vehículos en movimiento (caso de las motos) y no respetar la prioridad de otros vehículos.
Por otro lado, también hay ejemplos de personas sin pericia como el no señalizar el cambio de carril con las direccionales o no colocar las intermitentes a su debido tiempo. Finalmente, hay ejemplos de personas que son inconsecuentes como los conductores de transporte público que atraviesan su vehículo intempestivamente o que piden un cambio de carril con la mano para ganarle en el recojo de pasajeros a sus homólogos “más lentos”, esos mismos conductores son los que jamás ceden un espacio para cambiar de carril porque están “muy apurados” o porque simplemente al no estar ellos en la necesidad de cambiar de carril no tienen ni la más mínima empatía por el otro, por todo lo expuesto defiendo que la identidad de una nación está en su tránsito.
En adición, una clara muestra del egoísmo y de la otra cara de Arequipa son los “pseudo correctos”, personas que actúan bien solo cuando hay un contacto directo con situaciones que lo ameritan, pero que apenas se encuentran alejadas del resto se comportan como incivilizados, esa separación los convierte en hipócritas morales, ergo “vivos”. Cómo es posible que se le critique tanto a los congresistas o a los políticos corruptos cuando estos son el culmen de una sociedad que se cree “pendeja”, son la encarnación de un país que al interior de sus calles no es país, y que probablemente jamás lo sea y eso amigos míos está bien, porque nos merecemos lo que somos y somos lo que hacemos.
Sobre la tardanza
Quién no ha escuchado hablar de la “hora peruana”, este es el segundo ingrediente para la predisposición iracunda o la prepotencia de cualquier actor vial, vivir apurados nos hace reaccionar violentamente y rápido. Las vidas que se mueven angustiadas no deberían llamarse vidas, personalmente los invito a vivir pendientes de su entorno, en armonía con sus congéneres y a tiempo, no hay mejor experiencia que la tranquilidad que ello genera.
Continuando con la situación arequipeña, que repulsión e impotencia provocan los conductores que se embarcan en una carrera de velocidad por calles aledañas a colegios y hospitales, aquellos que al momento de la tragedia se niegan a reconocer su responsabilidad o se dan a la fuga. La tardanza tiene un impacto invisible en la composición del hombre, lo convierte en un ser despreocupado y cortoplacista. La premura de todos aquellos que van tarde a algún lugar es la puerta de ingreso a la viveza, porque es la falta de tiempo la que lleva a la imprudencia. Aunque hay personas que sin tener ninguna presión sobre la espalda cometen “criolladas”, a ellos les digo: todo lo que son es todo por cuanto se quejan.
En este punto no median condiciones socioeconómicas o cualquier característica que quiera ser argumentada como una excepción a estas conductas temerarias, porque hay “viveza” en ricos y pobres; y tal vez, solo tal vez, sea ese el verdadero problema nacional.
Referencias
León R. (2021). El criollo, el criollismo, la criollada. Un ensayo acerca de los aspectos positivos y negativos de la mentalidad criolla. Tradición, Segunda época, (21), 38–50. https://doi.org/10.31381/tradicion.v0i21.4506