Jaime Araujo-Frias
jaraujof@unsa.edu.pe
Orcid: https://orcid.org/0000-0001-8584-4525
“Nos mean y la prensa dice llueve…”
Eduardo Galeano
Desgraciadamente habitamos un país que favorece un periodismo decididamente emputecido. Cuyo principal proxeneta es el régimen de gobierno de Dina Boluarte. Salvo algunas excepciones, en nuestro país, nada se ha emputecido más que los profesionales de la comunicación. Entendiendo la palabra “emputecer” como “prostituir”, y entendiendo prostituir en el segundo sentido en el que lo define la Real Academia de la Lengua Española (RAE): “Deshonrar o degradar algo … para obtener un beneficio”. En este entender, los profesionales de la comunicación en nombre “del dinero es lo que cuenta” hacen exactamente todo lo contrario de lo que deberían hacer según el artículo 14 de la Constitución Política en vigor: “colaborar con el Estado en la Educación y en la formación moral y cultural”.
Vivimos un periodismo en el que la educación, la cultura, la justicia y la verdad se han vuelto obsoletas frente al dinero. Un periodismo que presume la culpabilidad de la gente honesta y la inocencia de los ladrones, que defiende el principio jurídico in dubio pro reo (la duda favorece al reo) solamente si es in dubio pro reo rico (la duda favorece al reo rico), que ha convertido la regla en excepción y la excepción en regla, que auspicia una educación para ganar dinero y no para ganar conocimiento, que confunde la libertad de pensar con la libertad de imitar, que enaltece a los imbéciles y deshonestos con dinero y se burla de los personas pobres, pero muy capaces y honestas. La conclusión es irrefutable: sufrimos un periodismo evidentemente emputecido.
Los profesionales de la comunicación al mentir sobre lo que en verdad ocurre en nuestro país destruyen uno de los fundamentos en el que sostiene la democracia: la confianza ciudadana. Lo cual, al decir de algunos especialistas, constituye el más grave síntoma de enfermedad en las democracias actuales
Lo propio de la prostitución es el desprendimiento de la autonomía, la renuncia al ejercicio libre y deliberado de las pasiones que nacen del cuerpo. La enajenación de la subjetividad: convicciones, valores, principios, creencias, etc., a cambio de dinero. Los prostitutos (as) “no son dueños de sí mismos porque han sido desposeídos del uso independiente, libre y autónomo de su subjetividad” (Onfray, 2011, p. 103). Así, también, el periodismo en nuestro país no es dueño de su verbo porque se ha vendido al proxeneta más exigente: el régimen de gobierno de Dina Boluarte y de sus financistas. Olvida que el verbo está al servicio del logos y este del lado de aquello que lo hace posible: la vida. Pero la vida de toda la comunidad política, el pueblo: morada primigenia y fundamento de toda justicia, tal como lo establece el artículo 138 de la Constitución Política.
Las consecuencias del periodismo emputecido son más peligrosas de lo que se cree. Al mentir acerca de lo que realmente ocurre en nuestro país contribuyen a dar forma a nuestras creencias acerca de los problemas que en verdad nos perjudican. Crean el sentido común invirtiendo los hechos. El conciudadano ingenuo “puede convertirse en víctima de lo que se ha dado en llamar armas del engaño de masas” (Bunge, 2007, p. 17). Si, por ejemplo, está convencido de que lo que tiene frente a sus narices es un pedazo de pastel cuando en realidad es un tremendo trozo de mierda. ¡Cuidado! “Una manera segura de hacer que la gente se crea falsedades es la repetición frecuente, porque la familiaridad no es fácil de distinguir de la verdad” (Kahneman, 2012, p. 88). No sé si el periodismo emputecido lo sabe, lo cierto es que lo hace. Y, al parecer, en eso radica su victoria.
Los profesionales de la comunicación al mentir sobre lo que en verdad ocurre en nuestro país destruyen uno de los fundamentos en el que sostiene la democracia: la confianza ciudadana. Lo cual, al decir de algunos especialistas, constituye el más grave síntoma de enfermedad en las democracias actuales (Gentile, 2018). Si esto es así, luchar contra el periodismo emputecido es un servicio público. Porque todos debemos participar en los asuntos que nos conciernen a todos, y la democracia es uno de esos asuntos: una lucha permanente en todo lugar y en todo momento. En definitiva, no sigamos permitiendo que el periodismo emputecido nos diga que “está lloviendo” cuando, en realidad, como nos advirtió con ironía Eduardo Galeano, “nos están meando”. Si no lo hacemos vamos a despertar a la realidad tarde, demasiado tarde tal vez. Como Santiago Nasar, el personaje de Crónica de una muerte anunciada: salpicados de mierda.
Referencias
Bunge, M. (2007). A la caza de la realidad. La controversia sobre el realismo. Gedisa.
Gentile, E. (2018). La mentira del pueblo soberano en la democracia. Alianza.
Onfray, M. (2011). Política del rebelde. Tratado de resistencia e insumisión. Anagrama.
Kahneman, D. (2012). Pensar rápido, pensar despacio. Debate.